PUEBLO SIN VOZ

Hoy quizá haya sido mi última intervención en "Día a Día", programa de Radio Parpayuela, emisora local ya histórica en las cuencas mineras asturianas, la cual; quizá por la desidia política, la falta de presupuesto o el desmantelamiento general al que nos vemos abocados todos, al parecer sin remedio; dejará de emitir el próximo viernes 25.
Una tertulia algo acalorada la de hoy, pero sin navajas albaceteñas ni de Taramundi de por medio, y una sensación muy agridulce al final.
Y es que alguien, lo denominaremos así ya que parece ser que nadie quiere lidiar esta suerte, parece estar silbando, mirando hacia otro lado, ajeno a un desenlace siempre dramático, tal y como es el cierre de un medio de comunicación.
Y no un medio de comunicación cualquiera sino uno en el que el interés social primó por encima de otras consideraciones.
Todo el que quiso tuvo voz en Parpayuela.
Los problemas cotididanos, las inquietudes juveniles, los problemas de la mujer, la música, la cultura propia y la universal, el deporte, la salud, etc., etc., tuvieron en Parpayuela un altavoz siempre abierto.
Libertad, siempre libertad en las discrepancias y en las coincidencias.
Parece ser que se apaga Parpayuela, "La voz de la Montaña Central de Asturias", y se apaga con ella la voz de todos los que aquí vivimos.
Quizá por ésto último la desidia, al menos aparente, de nuestros queridos políticos, a los que los medios en los que se opina no les supone más que dolores de cabeza.
Pero no olviden que un pueblo sin voz puede pasar a ser, cualquier día, un pueblo sin voto.
Gané mucho en Parpayuela, gané amigos de los de verdad y gané en valores humanos, pues la palabra es lo que nos aporta, valores.
El viernes, si nadie lo remedia, perdemos palabras.

Republicanismo sin nostalgias.

Sin ninguna duda la razón nos empuja al republicanismo. La república es lo coherente, lo democrático, frente a una Jefatura del Estado por sucesión.
El problema es determinar si vivimos una verdadera democracia que legitime como paso lógico ese cambio en la más alta institución del Estado.
Porque esta democracia adolece de ella misma, de democracia, y los congresos partidistas que deciden los candidatos a la Presidencia del Gobierno son, en el caso de los partidos con opción de gobernar, prácticamente un ejercicio de ratificación de una sucesión, no dinástica pero sí designativa.
Cuando la democracia no es real ni en los partidos que tienen que ejercer la representatividad del pueblo, pues mal andamos.
La República debiera ser el culmen de la democratización de la sociedad o quizá, por qué no, pudiera ser el medio, pero tampoco creo, como algunos predican, que el convertirnos en República borraría de un plumazo los problemas que nos aquejan y la casta política pasaría a ser honesta así, por santo advenimiento de la bandera tricolor.
Pero bueno, asumamos que se aproximase esa posibilidad.
Por qué invocar como modelo la II República que, con sus virtudes, ese momento histórico no hizo más que ser un ejemplo más de nuestra tendencia al cainismo y el fratricidio. Y no culpo al sistema del posterior golpe de Estado y la Guerra Civil pues, aunque algunos parecen olvidarlo, en el origen del golpe se apelaba a la defensa de la República como régimen, si bien las distintas ambiciones, entre ellas las del posterior dictador, hicieron que la cosa degenerara en una brutal y larguísima dictadura que tuvo que finiquitarse desde ella misma pues los republicanos no pudieron derrocarla. Y no olvidemos tampoco que la propia República tuvo tantos o más enemigos dentro que fuera de ella y que levantamientos contra el gobierno democrático los hubo por ambos cauces de este endemoniado río que aun se llama España y que no sabemos en qué cenagal desembocará.
Así que recomendaría al movimiento republicano que mirara hacia adelante con actitud democrática y plural, porque la República no sólo es un Frente Popular de corte revolucionario, en la república debe caber todo, y se cae en el error, tan propio de nuestros tuétanos, de identificar tricolor con izquierda, al igual que se identifica bicolor con derecha, en ambos casos de manera sectaria y desacertada, salvo cuando se gana algún mundial de fútbol.
Y metidos en símbolos, la República fue también bicolor, en la primera intentona, y no por ello fue menos legítima.
Aprendamos de la historia y miremos al futuro, si queremos construir la República debemos hacer eso, construir, sumar, convencer con argumentos, no con himnos, colores y otras monsergas rituales. 

CRESCENCIO

El abuelo Crescencio era, como casi todos los rurales abuelos, un adicto al sol tibio, el cual consumía matinalmente en dosis lenta, sentado sobre algún banco de la plaza, tras el paseo diario por los alrededores del pueblo. Paseos en los que rememoraba, al paso por cada hito en la memoria, las cicatrices del trabajo o los alivios de besos furtivos, siempre torpes, en los atardeceres de estío.
Mucho había vivido y consciente era de ello, por lo que asumía sin drama, a pesar de no sufrir demasiado achaque, el no despertarse cualquier mañana o quedarse en algún tramo de alguno de los caminos acostumbrados. "Lo tengo tengo todo andado".
Vivió guerra y paz, tiranía y caciquismo, libertad a medias y, ahora, cuando creía que todo mejoraba con el tiempo por propia naturaleza, asistía excéptico a eso que los tertulianos de postín llaman regresión.
Pero Crescencio tenía un dicho, un "hablar", que repetía de vez en cuando, en las raras ocasiones en que vulneraba el silencio innato de la gente sabia. "Nada vuelve, por lo menos, nunca peor".
Y alguna noche, "fea está la cosa", murmuraba ausente; escuchando, más que viendo; telediarios y tertulias mientras cenaba la sopa de ajo, antes de la leche templada previa al reposo.
Era descreído, poco amigo de rituales y sotanas, pero no pudiera decirse que era ateo, quizá porque nunca tuvo necesidad de planteárselo. "Algo habrá, si usted lo dice..." contestaba desganado a algún parroquiano con ganas de entablar parlamento transcendente.
Nadie le vio nunca discutir, sus debates eran internos, con los rayos de sol que le templaban el ánimo cada mañana. Un casi imperceptible desasosiego nublaba a veces su clara mirada. Solía ocurrir cuando veía a los niños jugar a las escondidas por entre los setos del parque, con sus gestos claros y sin surcos, ajenos aún a la vida y sus contextos.
"¿Le molestan los niños, Señor Crescencio?".
"Qué me van a molestar, mujer, qué me van a molestar".
"Vaya usted con Dios, Crescencio.",
"Vé tú, que te hará más servicio".
"Qué cosas tiene, Crescencio... qué hombre éste".