Epístola para antes de Navidad.

Desde la ignorancia de si a Vuesa Excelencia llegará esta misiva, ejerzo la osadía de enviárosla desde mi humilde condición y puesto de servidor de este Estado del que Vuesa Gracia es, a día de hoy, máximo regidor.
Mi condición humilde no sólo se debe a la humildad desde la que se debe cumplir el servicio que se da al pueblo; soberano y pagador de nuestras soldadas; sino que, tanto bajo vuestro mandato, como el de vuestros antecesores, se ha procurado, con lo que pudiera parecer verdadero ahínco y dedicación ferviente, aligerar los emolumentos que, en justicia, deberían haber correspondido, tanto al suscriptor de estos párrafos, como al resto de gentes cuya labor se desarrolla bajo la administración del Reino, en tareas diversas y quizá de mayor enjundia que la que uno ejerce, como pudieran citarse: La cura y cuidado de enfermos, la recaudación de impuestos, la sofocación de incendios y otros desastres, la formación cultural y ética de nuestras mocedades, etc., etc.
De mis menesteres, teniéndome ya en consideración de veterano, sólo citarle que mi principal función fue la protección del pueblo y la estructura estatal, dando seguridad y cobertura contra bellacos, asesinos, contrabandistas, rateros, burladores y otros surtidos malandrines, labor en la que a día de hoy persisto, hasta que; quién ostente la dignidad que ahora le ampara, decida tener a bien darme edad para el retiro.
Allá por el año 89 del anterior siglo, comencé mi andadura en tierras, no hostiles en sí, pero dónde representar al Estado costaba, en número y enjundia, la vida con relativa facilidad. Corren tiempos nuevos y parece olvidarse que la sangre regaba, más a menudo de lo nunca tolerable, las calles más grises ante miradas indolentes e impasibles. Hoy en día vemos, no sin afección, como abandonan los presidios aquellos desalmados que no dudaban en descerrajar su arma contra compañeros y amigos, de forma cobarde y vil.
No crea Vuesa Merced, leído lo anterior, que deseo hacer autobiografía y loa de mi persona, pues no es esa la causa de estas torpes letras.
De lo que sí quisiera daros traslado, sin haber en mi ánimo el mínimo afán de causaros disturbio, es de la profunda aflicción y vergüenza que invade mi mente; que no mi alma, que uno se sabe, por razón y descreimiento, carente de ella; asistiendo al cúmulo de entuertos y despropósitos que acontecen a cada poco en esta tierra que, por propia, siente uno en la encarnadura.
Difícil tarea debe ser dar gobierno a este país cainita y pendenciero. No cabe duda en mí a tal respecto, que algo estudié y leí sobre nuestras glorias y miserias como pueblo.
No obsta nuestra peculiar forma de ser para que merezcamos algo mejor de lo que se nos ofrece hasta la fecha y, quizá así, podamos volver a ser el gran país que, siempre a ramalazos, llegamos a ser en contadas ocasiones.
Sucede que, mientras a la gente honrada se la empobrece; volviendo el fantasma de la necesidad a nuestros techos, y mucho más a los que se despoja de los mismos; y todo ello justificado por un disloque en las economías de la usura que rigen este mundo infecto; se comienzan a destapar las cloacas y se desbordan las judicaturas de casos de latrocinio y mordida, de jugosos beneficios para los infractores, dando al menos la sensación de que era norma el saqueo del erario o, cuando menos, el despilfarro del mismo.
El nepotismo, las transacciones oscuras y abultadas, la evasión de dineros y la burla al fisco, etc., etc., sirvieron para engordar arcas particulares o de grupos políticos, burgueses y gremiales, a la vez que se exigía a los humildes la penitencia por los pecados ajenos.
Y este proceder, como bien sabréis, Excelencia, acaba por enrabietar a la plebe que, aun incurriendo en ignorancia y patanería en muchos casos, acaba por no ser tan tonta como desde la Corte se le cataloga y fomenta.
Cuando se asiste de continuo al bochornoso espectáculo de verse representado por una ingente cantidad de gente incursa en procedimiento judicial, acábase pasando de la desidia a la mala baba, aparte de los efectos que la falta de ejemplaridad puede provocar.
De nada le valdrá el intento de adormecimiento mediante lides deportivas u otros entretenimientos más embrutecedores cuando uno, tentándose la bolsa a cada poco, nota el raquitismo de la misma y las dificultades para estirarse hasta el próximo día de cobranza.
Ruego me permitáis ofreceros como un consejo, humilde desde la osadía, que piséis nuestras callejas, oigáis los mentideros y meditéis sobre lo oído. Quizá así, liberándoos de inercias y otras viciadas querencias, iluminéis vuestro sentido y procedáis como más en conveniencia venga a quién servís. Pues quizá sea esa nuestra única coincidencia, en a quién servimos y a quién nos debemos.
Podría invitaros a que marchéis en retirada y vos podríais contestarme que le legitiman los votos, mas un humilde servidor podría recordarle que sus cláusulas del contrato están casi todas por cumplir. Por todo ello y por prudencia, como procede en mi situación, no voy a incurrir en tal insolencia.
Sin más, esperando perdonéis mi atrevimiento, no voy a desearos un feliz transcurso de las celebraciones navideñas, pues ese deseo lo destino a quien de verdad lo merece y más dificultades tiene para alcanzarlo.
Atentamente,

Un humilde servidor y osado majadero.

INTERÉS INFORMATIVO.

Estamos ahora inmersos en el torbellino de informaciones en torno a la muerte de un señor, de cuyo nombre no quiero acordarme, el cuál se había desplazado, en unión a otros especímenes de similar calaña, de forma oculta y usando todos los medios para despistar a la policía, a un lugar en el que iba a celebrarse algo tan trascendental como un partido de fútbol, con la "sana" intención de intercambiar hostias, palos y navajazos con otro grupo igual de bestia.
Que si la policía sabía, que si debía de saber, que si se hizo poco, que estas cosas hay que preverlas, que si la abuela fuma, que si un amigo o familiar, el cual luce estilismo de chándal en un funeral, le pegó a un cámara de Telecinco, etc., etc.
Eso sí, minutos de silencio y todo.
Pasarán quince días y seguiremos viendo a directivos de clubes rasgándose las vestiduras, que si expulsan, que si no expulsan, que si castigan una temporada, que si les quitamos las banderolas pero los dejamos berrear, bueno, lo normal en las concentraciones de borregos.
Hace unos días, en una calle de Vigo, dos personas honradas, servidores públicos, se enfrentaron a un delincuente armado, el cual acabó con la vida de Vanesa, de cuyo nombre no quiero olvidarme, y casi se lleva por delante a Vicente, al cual deseo la más pronta recuperación. Dos días de titular, un poco de polémica por las impresentables medidas de autoprotección con las que cuentan nuestros policías en las calles, y poco más. Un minuto de silencio vulnerado por las mismas acémilas que están ahora en el centro del huracán de titulares.
Desde el debido respeto me veo obligado a decir que tengo más visto el desagradable careto del finado en aguas fluviales que la imagen de la compañera que murió sirviendo a los demás.
Quizá tenga que ser así. No seré yo quién enmiende la plana al cuarto poder. Quizá se limite a ser reflejo de la sociedad a la que pretende informar.
Éste post me lo inspiró un amigo en el Facebook, el cual lo hacía de una forma más contundente y gruesa, visceral, y quizá más sincera.
Éstos son los tiempos que corren y hasta para el reconocimiento y el interés informativo existen graduaciones.