MUERA SAN FERMÍN.

Arrastramos tradiciones completamente indefendibles desde el mínimo razonamiento objetivo.
Lastramos un machismo cerril, debido principalmente a la tradición judeocristiana de Occidente que, en nuestro caso, además, tiene posos musulmanes tras ocho siglos de islam en gran parte del territorio. Por eso damos por sentado que una chica borracha, con ganas de sexo con algún individuo en concreto, nos está dando pié a que abusemos de ella en manada. La despersonalizamos y la reducimos a la categoría de cosa de la cual disfrutar, sin más miramientos. Además, para que quede constancia de la "heroicidad", grabamos la "azaña" con el móvil para que las acémilas de nuestros amigos vean lo machos que somos. 
Una mujer no es ningún objeto y nada nos da derecho a nada, ni su estado, ni sus presuntas insinuaciones, ni la fiesta ni el alcohol. 
Una mujer no es una cosa, al igual que un toro "bravo" no es ninguna fiera sanguinaria que tenga en los genes el afán de cornear humanos. Un toro es un bóvido herbívoro, cuyo único sentido de la vida es pastar en el campo y reproducirse. Embiste cuando se le amenaza, se le agrede, se le masacra y no se le da opción a la fuga. Tiene el mismo instinto asesino que un jabalí acorralado. 
Fui taurino, tampoco en exceso, por haberme criado en una tierra en la que el toreo invade toda fiesta. He jugado en la plaza de toros de Badajoz, he acariciado caballos de rejoneo y dejado llevar por los encantos que tienen todos los engaños que nos imbuyen desde pequeños, comunión mediante. He asistido a corridas en el ruedo, desde bien niño y de adulto, trabajando y sin trabajar, y me he sumergido en las pinceladas artísticas y dramáticas del rito, que no deja de ser más que la sublimación de una salvajada. 
El razonamiento, la conversación, la lectura, el impregnarse de otros puntos de vista despojados de la coraza de la tradición y la fe, me han hecho ver, ya de bien mayor, la objetiva realidad. 
Un torero no es ningún héroe, su superioridad es abismal con respecto al animal pues todo el ritual, ya desde la crianza, está encaminado a que el toro sea fácil de lidiar y la masacre se consume con el mínimo de riesgo. Además hay un entramado corrupto alrededor de la fiesta que la convierte en un verdadero timo. Hay veterinarios complacientes con ciertos ganaderos, ganaderos que untan a estrellas, toreros que untan a presidentes, etc., etc.. España cañí, ni más ni menos. 
"Pues tú bien que comes carne". Bien, es cierto, poderoso argumento. Pero, gracias a que vamos evolucionando a ser mejores, a pesar de que la industria alimenticia deja bastante que desear, a los animales destinados al consumo se tiende a tratarlos cada vez mejor, y van apareciendo normativas en ese sentido que han hecho que, hasta el mismo sacrificio, se haga en condiciones menos crueles. Esa tendencia es la que nos llevará, sin ninguna duda, a que llegue un momento en que la mayoría de los seres humanos no consideremos necesario para alimentarnos el matar animales. 
Es la misma tendencia que hará desaparecer la tauromaquia. 
Y no, no será un cataclismo, no perderemos esencia ni cultura, al igual que no fue ninguna catástrofe el que dejáramos de quemar gente en las plazas públicas. 
No será tampoco el apocalipsis de la economía si desaparece una industria del espectáculo basada en la sangre y la muerte, la de un animal y la posibilidad de que se vierta la de alguna persona. El progreso siempre trae más beneficios que perjuicios, pero el progreso no debe defenderse desde la agresión o el cruel insulto. La razón debe defenderse con razonamiento, no con emociones. 
Por ejemplo, obviemos al animal y centrémonos en el ser humano, cuya vida, "supuestamente" tiene más valor que la de cualquier otro ser vivo. ¿Puede alguien defender que una celebración o espectáculo se base principalmente en que pueda costar una sola vida humana?. Ya no estamos en la antigua Roma, quedémonos, como en "La vida de Brian", con las aportaciones al progreso que hicieron y no con sus crueles tradiciones. 
Violar y matar no nos hace más hombres, más bien al contrario. 

Milana bonita.

Reconozcámoslo, seguimos viviendo en un país cuyo pueblo sigue siendo mayoritariamente costalero. Que carga con los santos que procesionan con las autoridades detrás, dejando claro quién manda. Tenemos miedo a que nos quiten la misa y la confesión que nos absuelva de pecados absurdos. Vocación de lacayos que están más cómodos haciendo el borrego por defender los colores de su equipo de fútbol que por sus derechos laborales.
Tenemos miedo al cambio, aunque lo que nos somete sea lo mismo de siempre.
Virgencita, Virgencita, déjame como estoy.
De ahí sale este fascismo sociológico que tan bien abonan con la política cultural y la televisión de Mediaset.
Defendemos tradiciones sangrientas mientras nos ofendemos si alguien nos llama la atención porque nuestro perro les meó la fachada.
Lacayos vocacionales, cobardes, los que toleran malos tratos pero se ofenden si un hombre besa a otro.
Consulten ustedes cuales son los libros más vendidos y los discos más escuchados en este puto país sin civilizar.
Róbeme usted, pide a gritos el honorable pueblo español, que a mí lo que me da miedo es Venezuela.
No obstante, el problema no es sólo el fascismo sociológico de esta sociedad. El problema es que no se asuma que otra izquierda distinta siga sumando representatividad y se quiera vender como una derrota cuando todos, salvo el PP, se han dado el batacazo.
Seguid matando toros, cazando jabalíes, decapitando lobos, cargando en las espaldas con idolatrías de madera. Os queda poco, la evolución no tiene freno, seguid siendo la España que tiende a su fin para construir otra cosa.
Y no, el PP no es equiparable a la derecha europea, no, mientras no se quite los lastres de las pilas bautismales y el sobrecoste por obra. La derecha moderna es otra cosa, respetable, pero la de aquí no,
en tanto no defiende la economía liberal sino el enriquecimiento a costa del erario público.