Están aquí.


El fanatismo, el fundamentalismo, el integrismo, la religión, al fin y al cabo; suele cumplir, de una manera o de otra, sus amenazas.
Eso ha hecho en París esta mañana. Atentar contra la libertad de expresión y de pensamiento por lo que ellos consideran una ofensa.
Por desgracia debemos a acostumbrarnos a que cosas por el estilo ocurran cada cierto tiempo en nuestros países porque somos el enemigo. El tema es que debemos seguir siéndolo, cada vez más, pero no solo del Islam más radical, sino de todo fundamentalismo religioso de cualquier origen, cristiano, judío o musulmán.
El objetivo último debe ser desterrar las religiones de la vida pública y, por supuesto, emplear mano de hierro contra los que, amparándose en mitos y leyendas, vulneran los derechos fundamentales de los demás. Si el catolicismo no actúa igual ahora es porque no puede, dado que se mueve en sociedades más evolucionadas cuyos principios éticos y políticos están por encima de los dogmas de los templos y, usando la habilidad que siempre ha caracterizado a la Iglesia, hace lo posible por adaptarse al medio.
El Islám, por el contrario, se expande en sociedades con siglos de atraso con respecto a Occidente, y es indudable que es más arcaico el islám del ISIS que el que se practicaba en la Granada de los Omeya.
La libertad, la cultura, la razón, siempre molestarán a las religiones pues, como es lógico, son las que acaban negándolas.
Estamos en guerra y debemos defendernos, pero no sólo a base de tropas y seguridad, sino a base de ideas y aislamiento de la sinrazón y el atraso.
Defendamos nuestros derechos y nuestras libertades, tanto las nuestras como la de nuestros semejantes, se encuentren en el lugar del mundo que se encuentren, con uñas y dientes. Ni las medias lunas, ni las estrellas de David ni los crucifijos están por encima del ser humano.