En esta fecha debería haber excusado el escribir nada. Bastantes ríos de tinta, y de bits, corren por kioscos, televisiones y redes como para que nadie con dos dedos de frente se detenga ante este púlpito de loco.
Pero algo tenía que decir, como siempre, sobre esta nefasta fecha.
En 1973 el fascismo con su cara más despiadada y cruel asoló la democracia chilena con la no menos descarada y cruel participación activa de la mayor potencia del Orbe que hacía y deshacía a su capricho, importándole bien poco cualquier principio o mínima ética por mor del interés propio.
Esa potencia, el nuevo imperio, recibió en la misma fecha varios años después, el mayor golpe de su bélica historia. Su poder no pudo nada contra el fanatismo que el mismo imperio contribuyó a expandirse y arraigarse.
Ese día 11, dos dardos habitados derribaron las torres simbólicas del poder omnímodo. Dardos habitados por inocentes impactando en torres también habitadas por inocentes, pues no creo que nadie sea lo suficientemente culpable como para ser objeto de tal horror.
Un horror que nos sumió en una guerra, sí, en realidad sólo una, de la que no logramos salir.
La venganza como política, aderezada por intereses económicos, como no, llevó a Occidente a intentar matar moscas a cañonazos.
Moscas que sembraron más horror, Madrid incluído.
Diez años de erráticas guerras e invasiones de las que no podemos salir y que no sirvieron para vengar la afrenta. Fue diez años después cuando la labor eficaz de unos servicios de inteligencia y un comando de Navy Seals, un pequeño grupo, acabó con la encarnación del mal. Cuánto dolor se hubiera ahorrado todo el mundo si se hubiera optado por esa vía desde un principio. Tratar un acto terrorista como eso, un acto terrorista, y no como un ataque bélico, localizar a los autores y detenerlos o lo que proceda, que no seré yo quién de lecciones de ética y moral a nadie, y menos en el caso que nos ocupa.
Eso, en vez de seguir sembrando el terror, daños colaterales, alimentando la rabia y los argumentos de un fundamentalismo contra el que no se puede luchar con bombardeos y marines, era lo que había que hacer desde el primer día.
Ahora nos queda recordar a las víctimas, a las de los aviones, las torres, las de Irak, Afganistán, Madrid, Londres, etc., a todas, e inentar aprender de los grandes errores cometidos.
Pero algo tenía que decir, como siempre, sobre esta nefasta fecha.
En 1973 el fascismo con su cara más despiadada y cruel asoló la democracia chilena con la no menos descarada y cruel participación activa de la mayor potencia del Orbe que hacía y deshacía a su capricho, importándole bien poco cualquier principio o mínima ética por mor del interés propio.
Esa potencia, el nuevo imperio, recibió en la misma fecha varios años después, el mayor golpe de su bélica historia. Su poder no pudo nada contra el fanatismo que el mismo imperio contribuyó a expandirse y arraigarse.
Ese día 11, dos dardos habitados derribaron las torres simbólicas del poder omnímodo. Dardos habitados por inocentes impactando en torres también habitadas por inocentes, pues no creo que nadie sea lo suficientemente culpable como para ser objeto de tal horror.
Un horror que nos sumió en una guerra, sí, en realidad sólo una, de la que no logramos salir.
La venganza como política, aderezada por intereses económicos, como no, llevó a Occidente a intentar matar moscas a cañonazos.
Moscas que sembraron más horror, Madrid incluído.
Diez años de erráticas guerras e invasiones de las que no podemos salir y que no sirvieron para vengar la afrenta. Fue diez años después cuando la labor eficaz de unos servicios de inteligencia y un comando de Navy Seals, un pequeño grupo, acabó con la encarnación del mal. Cuánto dolor se hubiera ahorrado todo el mundo si se hubiera optado por esa vía desde un principio. Tratar un acto terrorista como eso, un acto terrorista, y no como un ataque bélico, localizar a los autores y detenerlos o lo que proceda, que no seré yo quién de lecciones de ética y moral a nadie, y menos en el caso que nos ocupa.
Eso, en vez de seguir sembrando el terror, daños colaterales, alimentando la rabia y los argumentos de un fundamentalismo contra el que no se puede luchar con bombardeos y marines, era lo que había que hacer desde el primer día.
Ahora nos queda recordar a las víctimas, a las de los aviones, las torres, las de Irak, Afganistán, Madrid, Londres, etc., a todas, e inentar aprender de los grandes errores cometidos.
1 comentario :
La gran industria del miedo y la sangre, que tantos beneficios generan a unos pocos no puede ser detenida así como así.
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