DESPUÉS DEL SUEÑO

Cuando uno está soñando se viven las situaciones más absurdas con total normalidad. Al despertar, si recordamos el sueño, nos damos cuenta de lo ilógico de nuestra vivencia onírica. O eso nos parece a menos que uno sea argentino y, como tal, psicoanalista.
Y a todas esas escenas surrealistas que experimentamos se les encuentra luego una explicación.
Eso es quizá lo que le haga falta a este país. Un buen psicoanálisis.
Porque España, en mayor proporción quizá que el resto de Europa, vivió un demencial sueño de abundancia, crecimiento, empleo, facturación desorbitada y sobres en B.
No estoy yo capacitado para adentrarme en analizar burbujas y pinchazos, análisis de los que todos ustedes estarán servidos.
El caso es que mientras soñábamos vivíamos el absurdo como norma.
A nadie asustaban recalificaciones, comisiones y que hasta el más tonto hiciera relojes de madera llevándoselo crudo.
Muchos se escandalizaron con los trajes del seminarista presidente, para mí tiene pinta de eterno seminarista, pero sin embargo ganó elecciones con mayorías aplastantes porque hay gente que se hace la remolona y prefiere mantenerse en el confortable sueño, en el Reino de Oz, en ciudades esmeralda.
Pero es que lo del corte y confección es la punta del iceberg en un país más que aficionado a ser detallista con el poderoso, que algo caerá.
Y dádivas hubo en todos lados, como empieza a descubrirse por estas tierras según lo que arrastra la "marea".
 Y se empieza por unos choricillos de casa al médico o al maestro, y seguimos con unas cestas navideñas a algún concejal, luego vienen trajes, viajes, pata negra, empleos, indemnizaciones por despido a quién nunca trabajó, prejubilaciones a quien no dobló el lomo, peonadas a quien no sabe lo que es una aceituna, etc., etc.
Y en Asturias nos escandalizamos con lo que ocurrió por tierras levantinas pero no nos miramos el ombligo y todo el mundo calla cuando sube la marea. Porque el que más y el que menos tiene un poco que callar y la cadena de favores se transforma en una maraña intrincada que salpica al más pintao. 
Es la España de Quevedo que sigue vigente. Habiendo pólvora del Rey se dispara sin mirar. El último mono tiene su cochera a rebosar de herramienta y material de empresa pública y se justifica en el consuelo de tontos. Lo mío no es ná, pa lo que se han llevao otros. Así nos va, porque tenemos mala conciencia y cómo vamos a exigir a quién administra, la honradez que no tenemos.
Pero estamos despertando y se acabó la saca de la que sacar para, cuando menos, derrochar lo que nos sacaron del lomo. Y con la saca vacía la tenemos que llenar los mismos de siempre, los que siempre pagaron.
Y el sueño se acaba pero los protagonistas del mismo siguen en su sitio, cambiado el sillón de color, pero ahí. Las mismas caras, las mismas maneras algo suavizadas por discrección obligada por el contexto. 
Nos pueden distraer con el Duque trincón, pero la aristocracia del barrio sigue ahí  y trincar se trincó mucho, por todos lados, en escuelas, en hospitales, en museos, etc., etc., cada uno según lo que tenía a su. alcance. 
Hace falta una catarsis, una regeneración ética de la ciudadanía para que ésta, libre de culpa, acabe de una vez con lo intolerable. 

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