Tras una noche vírica de fiebres variopintas, asistió uno al facultativo que, con cara adusta y perpleja, prescribió analítica completa, por aquello de a ver qué pasa.
Luego tuvo uno su ración completa de exaltación de la amistad por parte de una de las personas menos indicadas para considerarla amigo.
Llegó la vocación por arreglar los problemas personales de uno por parte de quién se atribuye ese derecho invistiéndose de una autoridad de la que carece, y al final, la impertinencia, la prepotencia etílica, el faltosismo innato, etc., sacaron de mí a la bestia que llevo guardada y terminé poniéndole en su sitio con derroche de latidos en ambas sienes. No me quieras tanto, majo, y olvídame que no es mi santo, que es Santa Bárbara y de minero sólo tengo la vocación por la prospección, pero no entremos en detalles.
Tras la tragedia griega, en la que no llegó sangre alguna al Caudal, que no está la cosa para hacer morcillas con nadie, llegó la llamada bienintencionada e inoportuna de los aledaños de ciertos amores y desamores. Así que copas, explicaciones inútiles, y uno que pasaba por allí que no tuvo mejor idea que llamarme cantamañanas. A mí, que de cantar nada, ni de mañana ni bien entrada la noche, mas que nada por lo del cambio climático.En fin, que tras las grescas y los profundos debates, arrastra uno su osamenta hasta el catre y, como no, el teléfono fiero le hace a uno saltar del desierto tálamo para recibir despechos celosos y sentenciantes de abandono por parte de la persona en la que este imán del drama puso sus esperanzas, y todo por haber pasado ayer la grata velada que les he relatado.
Por favor, sean felices que, no lo duden, se lo van a poner difícil.
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