CUENTOS CLÁSICOS

Érase que se era, en un país muy, muy raro, un Rey muy famoso, en realidad muy querido por la mayoría de sus vasallos, que fue coronado cómo por arte de magia, y las malas lenguas decían que fue por gracia del temido hechicero que mantuvo al reino embrujado durante medio siglo.
Tal fue el poder de aquel viejo mago que consiguió borrar, casi por completo, la memoria de aquel territorio y que su periodo de tiranía fuera u olvidado o considerado por muchos como una etapa idílica de abundancia, prosperidad y fraternal convivencia. Pero eso es otra historia. 
El caso es que en el reino hubo bodas, a los vasallos les encantan las bodas reales, pero no todas salieron lo bien que debieran. Hay quién dice que por las rarezas de los consortes, algunos de ellos de origen plebeyo y eso, salvo en los cuentos, no acaba de estar bien visto. Y es que hay ranas cuyo encantamiento hace que, tras el beso, se conviertan en sapos en vez de en príncipes azules. De príncipes rojos nunca se supo. 
Una de las hijas del Monarca, quizá la más bella (en los cuentos la belleza siempre se deja al libre albedrío del lector), se enamoró de un apuesto caballero. Aguerrido campeón en los torneos, abandonó estos tras las nupcias para dedicarse a labores mucho más mundanas. 
Pero la magia, que está presente en todos estos países que éranse que se eran, volvió a aparecer y el aguerrido príncipe consorte, casi sin querer, comenzó a manifestar un don muy parecido al de aquel Rey Midas de otro cuento de sobra conocido. Pero aquella magia parecía no serlo tanto, los cuentos ya no son lo que eran, y parece que los tesoros que medraban en las arcas del campeón no eran más que parte de los diezmos que se recaudaban a los plebeyos. 
Se comentó que el Monarca, afectado también por cruel hechizo, comenzó a ser más torpe de lo habitual, siendo frecuentes los domésticos percances, unos dicen que por magia negra y otros por los disgustos que el mágico yerno le proporcionaban. 
El pueblo comenzaba a renegar del boato y el dispendio, quizá por la escasez, y empezaba a no creerse ni rimas ni leyendas, ni cánticos de ciego, y a plantearse otras formas de gobierno, más acordes con tiempos modernos en que los cuentos, ciertos cuentos, no valen ni para los niños. 
Aun así, según cuentan, los efectos de tanto hechizo durarían aun muchos años y del fin de esta historia nadie escribió hasta la fecha. 

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