Cuando empezamos a hablar de naciones empezamos a cagarla.
Me da igual que se hable de una única nación “para dominarlos a todos”, como predica el nacionalismo español rancio, que hablemos de nación de naciones, plurinacionalidad, estado de naciones, naciones sin estado y cualquier invento envuelto en una bandera.
Quiero que se prioricen las libertades y los derechos civiles y sociales por encima de las identidades de mierda.
Meteos las banderas por el puto culo y gozadlo.
Tengo una única esperanza, una Europa unida real, con la superioridad histórica, cultural y social que nos sitúe en el contexto global con los valores de la cultura democrática y la libertad como patrimonio indiscutible.
Claro que soy español, también, pero sin aspavientos.
He vestido uniforme del que nunca me avergoncé con los colores de la bandera constitucional que un parlamento democrático, votado por la ciudadanía, decidió como símbolo.
Soy republicano, pero de la tercera, no de la primera o la segunda. No creo que los colores de la bandera sean el problema.
Español porque me tocó y con la suerte de que en el lote entraban Cervantes, Lope, Calderón, Quevedo, Unamuno, Ortega y Gasset, Lorca, Cernuda, Dalí, Picasso, Saura, García Berlanga, etc., etc.
Nunca español de Millán Astray y sus aliados, ni de Abascal tampoco.
Cada vez que dice “Viva España” ese individuo o cualquiera de sus seguidores me estremezco de rabia.
Estamos en una debacle irracional en la que la extrema derecha saca tajada porque otro tipo de fascismo, el de otras banderas, está llevando a la práctica las mismas tácticas y talante antidemocrático, pero revestido de un supuesto progresismo que no es tal, ni mucho menos.
Yo he llevado la bandera de España en mi uniforme, como símbolo del conjunto de la ciudadanía a la que pretendí servir, nada más.
Cuando convertimos a los símbolos en tótem, mal vamos.
Me da igual que se hable de una única nación “para dominarlos a todos”, como predica el nacionalismo español rancio, que hablemos de nación de naciones, plurinacionalidad, estado de naciones, naciones sin estado y cualquier invento envuelto en una bandera.
Quiero que se prioricen las libertades y los derechos civiles y sociales por encima de las identidades de mierda.
Meteos las banderas por el puto culo y gozadlo.
Tengo una única esperanza, una Europa unida real, con la superioridad histórica, cultural y social que nos sitúe en el contexto global con los valores de la cultura democrática y la libertad como patrimonio indiscutible.
Claro que soy español, también, pero sin aspavientos.
He vestido uniforme del que nunca me avergoncé con los colores de la bandera constitucional que un parlamento democrático, votado por la ciudadanía, decidió como símbolo.
Soy republicano, pero de la tercera, no de la primera o la segunda. No creo que los colores de la bandera sean el problema.
Español porque me tocó y con la suerte de que en el lote entraban Cervantes, Lope, Calderón, Quevedo, Unamuno, Ortega y Gasset, Lorca, Cernuda, Dalí, Picasso, Saura, García Berlanga, etc., etc.
Nunca español de Millán Astray y sus aliados, ni de Abascal tampoco.
Cada vez que dice “Viva España” ese individuo o cualquiera de sus seguidores me estremezco de rabia.
Estamos en una debacle irracional en la que la extrema derecha saca tajada porque otro tipo de fascismo, el de otras banderas, está llevando a la práctica las mismas tácticas y talante antidemocrático, pero revestido de un supuesto progresismo que no es tal, ni mucho menos.
Yo he llevado la bandera de España en mi uniforme, como símbolo del conjunto de la ciudadanía a la que pretendí servir, nada más.
Cuando convertimos a los símbolos en tótem, mal vamos.
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