SECUÉSTREME, SOY ESPAÑOL.

Líbreme la providencia de ser malintencionado, que no, que yo sólo pienso, razono poco, y luego escribo lo que me parece sobre este vertedero de confusas ideas.

Una vez hecha esta innecesaria aclaración, que no disculpa a priori, es posible que muchos de ustedes, sobre todo últimamente, compartan la misma sensación agridulce que padezco últimamente.

Barco atunero español, bueno, o vasco, o de Seychelles, o de conveniencia, pero con tripulantes mayoritariamente usuarios del pasaporte expedido en esta entelequia que se llama España, secuestrado, con los tripulantes torturados y los piratas forrados haciendo unas risas.

Nos secuestran barcos, es evidente, también cooperantes en Mauritania que están en manos de la franquicia menos recomendable para dar una solución satisfactoria, y perdonen mi pesimismo. Por otras tierras hispanoamericanas, narcos, guerrillas y narcoguerrillas, nos secuestran empresarios y directivos de multinacionales un día sí y el otro también.

Y ahora, lo que nos faltaba, nos secuestran a la Guardia Civil, símbolo hispano dónde los haya, unos británicos de acento andalusí, en la roca usurpada por la Pérfida Albión allá por los tiempos del Tratado de Utrech.

Bien es cierto que ha durado poco el desaguisado y, tras las disculpas de Rubalcaba, unos tés y unas pastas, los beneméritos han vuelto a casa sanos y salvos aunque, seguro, con la honra, preceptiva desde el Duque de Ahumada, algo más que tocada.

Por otra parte, y aquí seguro que la corrección política se me echa encima cual jauría, tenemos a la militante saharaui que, investida sin duda de razón y causa justa, nos tiene secuestrados a todos, como Estado, poniendo su vida como precio, a sabiendas de que, en este caso, el pago del rescate que demanda es más que inviable.

Qué tendremos los españoles, con tricornio o sin él, para dar tan bien con el rol de rehén.