Me tomo la libertad de dirigirme a Su Alteza pues creo es una urgente obligación moral.
Si no lo sabe, ya se lo digo yo, soy republicano y no creo en la Monarquía Parlamentaria aunque tampoco quito los méritos que pueda tener su señor padre al que ya me dirigí con anterioridad en otra misiva similar, que no ha contestado supongo por falta de tiempo.
Pero el motivo de mi carta no es volver a hacer un alegato por la República desde el análisis político o histórico y me dirijo a usted no como heredero sino como el padre que usted también es.
Estos últimos días me ha sido de todo punto imposible evitar ver las imágenes de sus salidas y entradas a la clínica Ruber Internacional, y sobre todo cuando iba acompañado de su primogénita, la cual, si no hay parto de varón y si lo hay mediante reforma constitucional, parece predestinada a ser la futura Jefa de Estado de este país nuestro.
Al ver a su hija, una niña preciosa y simpática por cierto, sin diferencia entre las pequeñas de su edad, me he llegado a conmover. Y me conmuevo no por el enternecimiento típico que provoca la visión de un niño sino por el escalofrío que me provoca saber que Leonor, de dorados bucles, tiene su vida completamente planificada y privada de antemano de un mínimo de libertad personal. Y por la única razón de ser hija de quién es. En realidad todos heredamos lo bueno y lo malo de nuestros antecesores pero, aún así, tenemos un amplio margen de libre albedrío para encaminar nuestros pasos en la vida.
Piense, si no lo ha pensado ya, en que su hija no podrá permitirse el mínimo fracaso escolar, que cuando crezca deberá estudiar un compendio de carreras que, le gusten o no, debe, teóricamente, aprovechar.
Que no podrá ir a Malasaña de litrona ni fumar "petas" y, lo que es más importante, no podrá darse la satisfacción de apedrear a la policía, como parece que corresponde en estos casos siendo de uso común en Europa.
Que no podrá aprender de los errores y tropiezos que todos damos en la vida ya que se intentará evitar que tropiece, disponiendo para ello de un fuerte aparato de seguridad y protocolo.
Que, aún no existiendo el servicio militar obligatorio, tendrá que pasar por las academias de los tres ejércitos.
Que, por supuesto, no podrá tener ninguna adicción visible, como, por ejemplo el tabaco.
Que sus amistades y relaciones personales tienen que pasar distintos vistos buenos y someterse a la opinión pública y a la ignominiosa prensa del corazón.
Que tendrá que dar infinitud de apretones de manos a gente que no conoce y a algunos que, conocidos, seguramente desprecie, sin perder la compostura y la obligada sonrisa.
Que no podrá afiliarse a ningún partido o sindicato y, por supuesto, no podrá ponerse en huelga por mucho que sea la primera funcionaria del país, ni hacer piquetes a la puerta de Zarzuela.
Que tendrá que ser católica, apostólica y romana por mucho que la razón le empuje cuando menos al agnosticismo.
Que tendrá impepinablemente que sufrir que una buena parte del pueblo no la quiera.
No sigo con mi exposición pues creo que, si Su Alteza se pone a analizar, con la superior preparación que se le supone y que todos pagamos, descubrirá infinitud de inconvenientes y condicionantes que tendrá que soportar, si la República no lo remedia, su encantadora hija. Me dirá que también tiene muchas otras ventajas y no se lo discuto pero no hay que agarrarse a un clavo ardiendo, vamos, digo yo.
Lea esta carta, si no se la censuran, y medítela con detenimiento y si llega a un punto de acuerdo conmigo, libérese usted y libere a su familia de tan pesada carga y libere a los españoles de la carga que suponen todos ustedes.
Por el bien de los suyos, por el sentido común y por el País.
Saludos cordiales que lo cortés no quita lo valiente.
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