MENSAJE AL FILO DE NOCHEBUENA

En este día tan señalado, porque alguien se empeñó en que así fuera, me llena de orgullo y satisfacción dirigirme a los cuatro lectores que aún pueda mantener. 
Corren tiempos difíciles, duros como el hormigón agrietado que otrora nos hiciera grandes, tiempos de cerilleras que soñarán a fósforo con tiempos mejores bajo la helada. 
Dicen que Dios aprieta pero no ahoga. Pues les han engañado. Dios ni aprieta ni ahoga. Dios es la excusa. 
Quien aprieta y ahoga, y lo hace cada vez con mayor soltura, es el mercado. 
Porque ese es el único dios que nos rige desde hace ya bastante tiempo. Vivimos en un zoco en el que ya no se venden consumibles, que eso es lo de menos. En este templo profanado se venden usuras, capitales, réditos, intenciones y voluntades. Nada tangible pero de dramáticos efectos en nuestra cotidianeidad.
A pesar de las apreturas, intenten divertirse, falseen la realidad y pongan buena cara a sus familiares. No abusen de los espirituosos si tienen algún resquemor guardado pues la véritas del vino no suele traer buenas consecuencias. 
Piensen que en Moncloa el nuevo líder, junto a su equipo de élite (me recuerda X-men), vela por todos nosotros y no le temblará el pulso a la hora de recortarnos los salarios, subirnos los impuestos que nos afectan, cobrarnos por enfermar, etc., para contentar a quien hay que contentar y para estimular a los que siempre reclaman estímulos para generar riqueza que, rara vez, repercutirá en ustedes. 
Es posible que no haya otro remedio, en este contexto demencial, que jodernos para resucitarnos y que si no lo hace este equipo tan cualificado lo iba a hacer otro aunque con más remordimientos. 
Y les pedirán esfuerzos y sacrificios, con gesto adusto y responsable y, mientras ustedes, todos nosotros, asistimos impotentes a la masacre a la que se nos somete, somos expectadores atónitos de la indecencia, del latrocinio de alto copete, de la cazoleta en la saca de lo que se nos expolia. 
Pero no se alarmen en demasía, en contraprestación seguirán disfrutando de papel satinado con bellas instantáneas familiares en lujosos salones, seguirán disfrutando del desparpajo de gente llana que, aireando sus bragas o calzones, nos harán ver que cualquiera puede llegar a la cima dependiendo de a quién se hayan pasado por la bisectriz. 
A pesar de todo no hagan ustedes que sus hijos pierdan las ilusiones navideñas, bien en el tío gordo anglosajón o bien con los tres monarcas de no sé qué tres países exóticos. Que abran los regalos y justifiquen ustedes la probable devaluación con lo mal que están las cosas para camellos y renos con esto del cambio climático. 
Cocinen algo con ingenio y, cuando asista a las mismas frases ingeniosas de todos los años, piensen en qué sería de ustedes sin ese aliciente, sin ese acicate que les hace sentirse vivos cuando les hierve la sangre. 
Ámense, moderadamente o a bocajarro, que eso será lo que se lleven por delante. 
Felices Fiestas. 


CUENTOS CLÁSICOS

Érase que se era, en un país muy, muy raro, un Rey muy famoso, en realidad muy querido por la mayoría de sus vasallos, que fue coronado cómo por arte de magia, y las malas lenguas decían que fue por gracia del temido hechicero que mantuvo al reino embrujado durante medio siglo.
Tal fue el poder de aquel viejo mago que consiguió borrar, casi por completo, la memoria de aquel territorio y que su periodo de tiranía fuera u olvidado o considerado por muchos como una etapa idílica de abundancia, prosperidad y fraternal convivencia. Pero eso es otra historia. 
El caso es que en el reino hubo bodas, a los vasallos les encantan las bodas reales, pero no todas salieron lo bien que debieran. Hay quién dice que por las rarezas de los consortes, algunos de ellos de origen plebeyo y eso, salvo en los cuentos, no acaba de estar bien visto. Y es que hay ranas cuyo encantamiento hace que, tras el beso, se conviertan en sapos en vez de en príncipes azules. De príncipes rojos nunca se supo. 
Una de las hijas del Monarca, quizá la más bella (en los cuentos la belleza siempre se deja al libre albedrío del lector), se enamoró de un apuesto caballero. Aguerrido campeón en los torneos, abandonó estos tras las nupcias para dedicarse a labores mucho más mundanas. 
Pero la magia, que está presente en todos estos países que éranse que se eran, volvió a aparecer y el aguerrido príncipe consorte, casi sin querer, comenzó a manifestar un don muy parecido al de aquel Rey Midas de otro cuento de sobra conocido. Pero aquella magia parecía no serlo tanto, los cuentos ya no son lo que eran, y parece que los tesoros que medraban en las arcas del campeón no eran más que parte de los diezmos que se recaudaban a los plebeyos. 
Se comentó que el Monarca, afectado también por cruel hechizo, comenzó a ser más torpe de lo habitual, siendo frecuentes los domésticos percances, unos dicen que por magia negra y otros por los disgustos que el mágico yerno le proporcionaban. 
El pueblo comenzaba a renegar del boato y el dispendio, quizá por la escasez, y empezaba a no creerse ni rimas ni leyendas, ni cánticos de ciego, y a plantearse otras formas de gobierno, más acordes con tiempos modernos en que los cuentos, ciertos cuentos, no valen ni para los niños. 
Aun así, según cuentan, los efectos de tanto hechizo durarían aun muchos años y del fin de esta historia nadie escribió hasta la fecha.