De cabalgatas y otras estafas.

Coges a un niño de temprana edad y le cuentas que hubo otro niño que nació pobre y que un Rey le quería matar y para asegurarse mató a todos los recién nacidos del pueblo, si bien él pudo escapar gracias a su padre dios, al putativo y a la madre infiel que, encima, mantenía la virginidad, concepto éste bastante puntiagudo para un infante.
Ese niño, según se le inculca, nace hijo de un Dios promiscuo, casi como el mismo Zeus de los griegos, pero no para ser un héroe como Hércules, sino para que en la flor de la vida lo torturen y lo claven en un leño.
Todo eso lo representamos gráficamente y le colgamos del cuello y ponemos en su cabecera, el patíbulo con el torturado y pretendemos que sueñe con ángeles.
No contentos con eso, todos los años, celebramos el nacimiento del condenado por su propio padre y queremos que los críos asuman que hay que festejar la maravilla de tal crueldad. Así que, lo mismo que, según la tradición, llegaron tres reyes de no sé qué parte de Oriente a traerle oro, incienso y mirra, ese mismo trío se dedica a repartir por las casas Iphones y PS4.
Pero claro. Ahí no está el problema. El problema está en que alguien vista de forma más ridícula, si cabe, a tres personas a la hora de representar el paripé y la estafa a la que sometemos a nuestros menores, los cuales, como norma general, sólo piensan en recibir sus sobornos anuales.
¿Estamos locos o qué?