OH, LA SAETA, EL CANTAR...



Repite, procesionando en cabeza, el paso engalanado de la Verónica andaluza, llevando en las manos el pañuelo empapado por el sudor de los parados y formados en cursos y expedientes de regulación de empleo, ignorando a las dos figuras a su espalda, imputados ellos, o algo por el estilo.
A continuación tenemos a la cofradía del descendimiento, con un patinazo de gomina que se ha oído en Génova, que quiso fustigar el latrocinio andaluz con una fusta manchada por Bárcenas en Suiza.
Sigue el desfile la cofradía de la entrada triunfal, con una joven a lomos de un asno morado, aclamada al grito de Hossana, pero con menos palmas y ramas de olivo que las esperadas, aunque expulsando del templo a bastantes mercaderes del rojerío, de discurso viejo y anquilosado.
Detrás, el anaranjado paso de la oración en el huerto de los olivos, de "aparta de mí este cáliz", pero "dame pan y llámame tonto", recogiendo el polvo de cortijo que otros soltaron de sus barbours.
Por último, el santo entierro de la izquierda secundaria, de vocación de derrota, el ladrón bueno pero, no por ello, menos crucificado.


Antiguo Testamento.

En el comienzo, hubo un pueblo elegido, por la deidad o por la estupidez, siempre en tránsito convulsivo, formado por diversas tribus o sectas, que sobre todo gustaban de matarse entre ellas, varias veces en cada era.
Dicen que quiso Dios, con su poder, fundir cuatro rayitos de sol y hacer con ellos una mujer..., coño, ya se me fue la pinza por lo folclórico. El caso es que las tribus aludidas encontraron asentamiento en una privilegiada península al sur de un continente.
El hallazgo de la Tierra Prometida no trajo consigo la paz, no, más bien al contrario, y, además de enzarzarse en gresca varias veces con sus vecinos, el mayor afán del pueblo elegido era cascarse entre ellos, con mayor saña, si cabe, entre propios que contra los ajenos.
Entre las tribus principales solían dominar los que acabaron denominándose los Genovitas. Gente pulcra y de orden, siempre en compañía de los chamanes que; a cambio de domar al pueblo con hechizos y supersticiones, obtenían grandes privilegios.
Eran los amos de la tierra y la producción, amigos de la usura, y se desenvolvían bien en mercadeos y estraperlos, gobernando con mano de hierro a la plebe, unas veces por votación, otras a sangre y fuego.
Otra tribu importante; surgida de entre filósofos, alquimistas, maestros y otros intelectuales; eran los Ferrazitas. Prestidigitadores de la ética y el bien común, esgrimieron como bandera la defensa de las castas bajas productoras. Parecían algo más escrupulosos que los Genovitas y algo más santones, si bien algunos de sus miembros más ilustres mostró gran desparpajo a la hora de practicar el expolio de aquellos a los que decían defender.
Como tercer grupo, desde el principio de los tiempos, siempre hubo una rara suerte de coalición de variopintos clanes, no muy afines entre sí, que aglutinaban a los más decididos defensores de los desfavorecidos, si bien la falta de criterio común en las estrategias a seguir, así como una suicida melancolía y apego a la nostalgia por las derrotas, les hizo siempre llevar hostias como panes, si bien basaban en eso, en las derrotas, sus proclamas y estandartes. Eran los Manifestitas o Progresitas puros.
En éstas andaban cuando, tras una larga pandemia de injusticia social y desequilibrio económico y moral; durante otro de los mandatos de los Genovitas;  surgidos de entre varios de esos grupos, con un nuevo libro, al menos en apariencia, entraron en escena los Podemitas. Liderados por una suerte de mesías ilustrado; que creció en adeptos gracias al don de la ubicuidad del que gozaba y ejercía por todas las ágoras habidas y por haber; desterraron de su discurso las viejos mantras que llevaron a la derrota, una y otra vez, a los que decían defender a los pobres. Fagocitaron todo lo que pudieron de las tribus de desencantados y crecieron en seguidores de forma exponencial, convirtiendo al Podemismo en alternativa, si bien nunca se despojaron de las sospechas de ser meros agentes de potencias extranjeras con intereses desestabilizadores.
Como reacción, primordialmente de Genovitas y Ferrazitas, apareció otra corriente, aglutinadora de los temores fundados o infundados, que ejerció, con saña y grandes dosis de falacia, un ataque continuado y desmedido contra los Podemitas basado en la pasión más que en la razón, que muchas veces servía más de fortalecimiento del adversario que de desgaste.
Si bien los Podemitas decían luchar contra la alternancia de poder entre Genovitas y Ferrazitas, al igual que hacían los rosados y los anaranjados, entre ellos y, sobre todo, los Antipodemitas, consiguieron de nuevo polarizar a aquel pueblo entre Podemitas y Antipodemitas, dejando marginada la individualidad y el libre pensamiento, por lo que las profecías más apocalípticas vuelven a tomar peso.
Hasta el Nuevo Testamento, que empezará a redactarse a finales de este año.

LA CHAQUETA METÁLICA.





El acoso sexual es deleznable, en cualquier ámbito social o laboral y, en algunas instituciones, como el Ejército, por ejemplo, el hecho debe considerarse agravado como lo son otro tipo de conductas. 
No valen los gestos delirantes ni las respuestas airadas del Ministro de Defensa, nada justifica que una mujer, sea soldado o Teniente General, sea objeto de acoso sexual. 
La última actualidad ha abierto de nuevo el debate sobre qué principios deben regir la vida militar. 
El tema del acoso sexual, objetivamente detestable y desterrable de cualquier organismo público y privado, nos lleva a reflexionar sobre otros comportamientos que, si bien serían inaceptables en la vida civil, no está tan claro que lo puedan ser en el régimen militar. 
El ideal sería, y habrá quién así piense, que las Fuerzas Armadas no deben regirse por otras normas que las propias de la sociedad civil, pero eso, por diversas razones, nunca podrá ser así. 
Asumamos que los ejércitos existen, de momento, y mientras no alcancemos mayor grado en la evolución humana que nos lleve a la erradicación total de la violencia para resolver conflictos, nos queda bastante camino que andar. 
La guerra, principal misión de un ejército, por mucho que los queramos vestir de monjas ursulinas repartiendo bocadillos por el mundo, se basa en matar y morir. 
Enviar a alguien a matar, asumiendo altas probabilidades de morir además, en nombre de una patria, una bandera o una comunidad internacional, requiere entrenamiento y disciplina y, ésta, se basa en la anulación casi total de la libertad de acción y decisión y el sometimiento casi ciego a una jerarquía. 
¿Se imaginan el siguiente diálogo?:

- Sargento García, si es usted tan amable, haga el favor de disponer de su pelotón para tomar aquella loma. 
- Mi Capitán, la verdad, qué quiere que le diga, no es que uno discuta las directrices que marca la superioridad, pero, objetivamente, el cumplimiento de dicha misión entraña unos riesgos bastante altos de que, al menos, alguien de la tropa resulte herido. El enemigo está disparando sin contemplaciones. 
- Tiene usted razón, Sargento, pero tiene que tener en cuenta que su misión entra dentro de los objetivos a alcanzar que marcan las autoridades internacionales. 
- Sí, mi Capitán, pero las autoridades internacionales están en sus despachos muy tranquilos y alejados de las balas de aquellos cabrones. 
- Es cierto, tendremos que convocar una asamblea....

Del sargento del video al diálogo anterior va un trecho bastante amplio y creo que, actualmente, casi no se da lo uno, y seguro no se da lo otro. 
Mientras las guerras no las lleven a cabo únicamente drones y autómatas, el Ejército se regirá por otras normas, las cuales deben ser estrictas, pero su funcionamiento diferirá bastante, siempre, de los usos, costumbres y correcciones políticas de la vida civil. 
Lo que nunca debe tolerarse, repito, son las actitudes que yá están tipificadas en el propio Código de Justicia Militar. 

Breve visita porque no muera el blog.

Vuelvo por estos fueros, que abandonados los tenía, quizá por desidia o por falta de criterio. 
Uso más mi otro blog, quizá porque utilizo el verso y en el verso se opina con mayor soltura, tal vez porque el verso tiene algo de impostura y la brevedad agradece. 
Y no será porque no abundan temas sociales y políticos, tal y como está el patio, para despotricar a saco, que es lo que uno suele acabar haciendo. 
Pero puede que sea esa la causa, la saturación, la que me haga holgazanear con este acero que tan buenos y malos ratos me dio. 
A nivel global no nos privamos de nada: La Rusia imperial, de derechas, expandiéndose apoyada por las izquierdas de diversos lares, trayendo el fantasma de la guerra a Europa; El Islamismo en pleno apogeo de irracionalidad yihadista, campando a sus anchas por territorios propios y ajenos; El sistema insistiendo en seguir a lo suyo a pesar de los errores; Europa dividida entre usureros y pufistas; Y Venezuela, qué decir de Venezuela que no se diga a cada cuarto de hora en cualquier medio. 
En lo nacional tenemos la gran esperanza lila, por un lado, con una nueva izquierda que, a mi modesto entender, no acaba de aclararse o de aclarárnoslo a los demás, con mucha ilusión y soberbia a granel, siempre bajo sospecha, atacados constante y encarnizadamente por quienes más tienen que callar en muchos de los casos, y, si bien consiguen que vayan a las urnas quienes sólo hablaban de barricadas, también hacen aflorar, al otro lado, un neofascismo que espanta, como contra. 
La otra izquierda se desgaja, pues la gente cansa de estar anclada en el 36 y prefiere ilusiones o soluciones a las nostalgias del derrotado en mil batallas. 
La derecha sigue mirándose al ombligo, y no se avergüenza de nada y reincide en formas y en fondo, a sartenazo limpio por mor de las listas electorales. Están encantados de conocerse y así seguirán. 
La izquierda esa de centro, ahí anda, intentando salir de la debacle a base de liderazgos siempre discutidos. 
Luego están los satélites, magentas y anaranjados, que ni se sabe si tienen algo en común entre ellos o con los otros de los que reniegan. 
Así que si esperaban de mí una orientación de voto van listos. 
Más perdido que una cabra en un garaje anda un servidor de ustedes, cada vez más viejo y más descreído de todo y de todos. 
De lo local pasaré como de puntillas, no por precaución, que nadie se crezca, sino porque seguimos en las mismas, sólo que peor, y uno se entristece viendo a una ciudad casi agonizante, sumida en el desencanto, cuando no en la cutrez y el chonismo más tópico. 
Y que conste que ésta es mi personal forma de ver las cosas, tan respetable como las demás. Si esperan verdades absolutas recurran a Evangelios y otras literaturas o, simplemente, a algún programa electoral de su simpatía. 
Y vuelvo, hasta otro día, a mis versos y mis fotos, que son los que me dan modestas satisfacciones.