No nos pida perdón.

No, no nos pida perdón, Señor Presidente. El perdón es un concepto asociado al pecado y su absolución. Nadie le va a absolver.
Otros pidieron perdón antes que usted y tampoco les creyeron aunque sus deslices se fueran diluyendo con el tiempo.
Tiene usted una oportunidad de oro, sin necesidad de darse golpes de pecho en público y luego dejar todo como está, para quitarse esa carga de conciencia que tanto le abruma.
Simplemente haga lo que tiene que hacer.
Disuelva los parlamentos, todos los que pueda, los ayuntamientos y diputaciones y convoque elecciones a todas las instituciones para las que tenga competencia de hacerlo, el resto deberían tomar ejemplo.
Disuelva este estado podrido y dimita. Deje a otros intentar encarrilar su malogrado partido y a ver qué pasa.
No le tenga miedo a la democracia, perder elecciones es sano de vez en cuando y nadie se ha muerto de derrota electoral. Usted es un vivo ejemplo de ello.
Sea patriota y mire al pueblo, mire la cara que se le ha quedado después de la última "sorpresa", e intente hacer algo por él dejándole ejercer su soberanía.
Porque usted es responsable, porque dirige un país en que la mangancia y la mordida se están institucionalizando. Porque en su partido le brotan imputados por todos los rincones, muchos de ellos habiendo gozado de su confianza. Porque usted es responsable de ser, cuando menos, un incompetente.
Puede que el pueblo se equivoque, de hecho así ha ocurrido en demasiadas ocasiones, pero es la única opción que nos queda si no queremos que se comiencen a legitimar otras vías mucho más tajantes y peligrosas para todos.

Pandemia.

Este territorio sufre una pandemia. No, no me refiero al virus de origen africano, me refiero a algo, quizá menos letal pero también fatal y no a tan largo plazo.
Uno de los síntomas es la demostrada incompetencia. Entre recortes presupuestarios y desidia derivada, es más que evidente la incapacidad para gestionar una situación de crisis de una forma medianamente razonable.
Abundando en ello tenemos los inquietantes silencios o las salidas de tono de nuestros cargos públicos, algunos de ellos recreándose en el despropósito con arrogancia y verborrea chulesca, tirando balones fuera a taconazos cuando de asumir responsabilidades se trata.
Por otro lado tenemos la desvergüenza, el latrocinio sistemático, repito, sistemático, el expolio al que, ciertos personajes, de todos los ámbitos sociopolíticos, han sometido al erario público a la mínima oportunidad.
El desparpajo con el que se ha dilapidado la pasta que nos han sacado de los higadillos a los que no tenemos opción a evitarlo.
Desde cargos públicos, políticos, empresariales y sindicales se ha trincado en A y en B, en trinque directo o comisiones, para financiación irregular de organizaciones y miembros de las mismas.
Me atrevería a decir que, de no haberse extendido, tal y como parece, estas prácticas, seguro que estábamos en la primera división de la economía europea.
Y en este batiburrillo de mangancias y bellaquerías, seguimos apestando a incienso, a paletismo de banderas, a cainismo sectario y a laca de tupé poligonero.
Quizá procediera una verdadera plaga que dejara la Península hecha un solar para empezar de nuevo tras un sanitario apocalipsis.