Ese franquismo enquistado, endémico y casi genético, que tanto se resiste a ser extirpado.
Es más que seguro que se cometerán errores de bulto en la aplicación de la nueva ley, que la ignorancia es atrevida e igual se atribuye franquismo a lo que no lo es, lo cual podrá hasta ser corregido, pero que ese sea el problema que más preocupa después de una dictadura atroz a la que siempre se pretende blanquear dice mucho de la catadura moral que nos inculcaron. Es más, considerar que condenar la dictadura y reparar la memoria es lo que levanta ampollas es propio de una sociedad enferma.
Seguramente se dé por demócratas a personajes que nunca lo fueron y habrá que discutirlo, lo que está claro es que los que secundaron el golpe y prosiguieron ejerciendo desmanes durante el régimen, no lo fueron nunca y ningún homenaje merecen.
Que las víctimas necesitan reparación, también. Las del bando vencedor tuvieron hasta canonizaciones y monumentos en todos los rincones de la geografía española.
El ridiculizar eso, el minimizarlo, incluso el cachondearse, es cagarse encima de los cadáveres de gente cuya familia tiene derecho a recuperarlos.
Es mearse encima de las heridas de los torturados por psicópatas fieles a un régimen satrápico y corrupto.
Que seguramente habrá errores, seguro, pero bastante vivimos en el error y en el horror inmenso para que nos equivoquemos y haya opción a rectificar.
Hasta ahora se dio por bueno todo lo hecho, por asumido, y nunca fue justo.
Todo es revisionable, pero con rigor.
No es revanchismo, es justicia y memoria.
Quien no lo entienda así que reflexione al respecto.
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