CRÓNICAS RURALES.- Reflexiones de horas de siesta.

Patrullaban por la comarcal en el “Patrol”, como casi todos los días, conduciendo el Cabo Ramírez, y Antúnez, ese día de principios de verano, escapaba con su mirada a través de la ventanilla, como buscando lugares o tiempos, absorto y algo taciturno. Ramírez lo escrutaba por el rabillo del ojo pues tenía la convicción, tal y como le decía la experiencia y los años de amistad, de que en cualquier momento le iba a espetar una de sus profundas reflexiones sobre algún tema trascendental, haciendo preguntas de difícil respuesta que, en el caso de hallarla, nunca resultaría satisfactoria para aquel guardia de aparente tendencia a la simplificación esquemática pero, en realidad, de convulsa vida interior. Antúnez, a parte de algo terco y animal, era la duda personificada, sobre todo de un tiempo a esta parte.

El sol, a las cuatro de la tarde, provocaba transparentes cortinas ondulantes pegadas al asfalto cuya sensación de ebullición contrastaba con el fresco ambiente del interior del vehículo al que, para variar, le funcionaba el climatizador. En la radio, una somnolienta tertulia política en la que se mezclaban los funerales por los jóvenes militares muertos en El Líbano, los inhibidores de frecuencia, el status de nuestras tropas en el extranjero, misión de paz o de guerra según se mire, las alianzas en Navarra, las concejalías de A.N.V. y, como no, las almorranas de De Juana. Estaba a medio volumen y ninguno de los dos parecía prestar atención a los sesudos comentarios de los tertulianos a sueldo, sino que el rumor de fondo parecía mantenerles despiertos en aquella hora de sol infame que clamaba siesta.

Entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir. Ramírez observó, resignado, como su compañero giraba la cabeza lentamente hacia su persona, con los ojos interrogantes contrayendo los párpados inferiores, como enfocando. Y vino la palabra, mejor dicho, la frase.

- “Todo por la Patria”, Cabo.

- Joder, Antúnez, ¿a qué viene eso ahora?.

- La mayor parte de mi vida, Ramírez, la he pasado viviendo en una casa con un cartel en la fachada que decía eso: “Todo por la Patria”. Será la edad pero nunca hasta hoy me había cuestionado el mensaje ni su significado. La verdad es que nunca me cuestioné nada de lo que he hecho o me han mandado hacer desde que era un niño, pero ahora, Cabo, como que ando algo inquieto y reflexiono, ¿sabe?, reflexiono aunque no lo parezca porque creo que he llegado a la madurez. Siempre he sido algo bruto, ya me conoce, pero mi mollera, aunque dura como un canto, también trabaja, y por sí sola…

- A ver, Antúnez, ¿A dónde quieres ir a parar?.

- ¿Qué es la Patria, Cabo?. Usted seguro que lo sabe…

- ¿Tú no?.

- Sí, claro, lo que ponen las Ordenanzas y el famoso cartelito, un territorio, una lengua, una bandera, un himno, etc., algo por lo que debemos dar “todo”. Pero me resulta algo grandilocuente, ¿se dice así, no?. Demasiado boato sin un contenido claro.

- Mira, amigo mío, la bandera, el himno y toda la demás parafernalia no son más que símbolos que, por sí solos, no valen nada…

- No me joda, Cabo, no blasfeme que si le oye el Teniente…

- Pero el Teniente no me oye y no se va a enterar a menos que seas un puñetero espía arrastrado y creo que no es el caso.

- Eso sí que no…

- Bien, esos símbolos y la misma palabra “Patria” representan algo. La verdad es que la palabreja, lo mismo que todo lo demás, está bastante prostituida y se usa más de la cuenta y casi siempre con mala intención o sirviendo a intereses bastardos. Pero vayamos al meollo, Antúnez. Tú tienes familia, ¿no es así?.

- Claro.

- Bien, y tu familia y tú compartís vuestra vida, vuestra forma de vida.

- Qué remedio.

- Vale. Además vivís en una comunidad, que es el pueblo, que también tiene una forma de vida muy similar a la tuya. Compartes con el resto la lengua, la cultura, las leyes, las libertades, las obligaciones, el paisaje, etc.

- ¿No será mucho compartir?

- Antúnez…

- Perdón, Cabo, siga.

- ¿Tú tolerarías que viniera alguien a imponerte otra forma de vida, que te quitara las libertades, que quemara los libros de la biblioteca, etc.?

- No joda, Cabo.

- Pues eso es la Patria, a grandes rasgos, que hay que defender.

- ¿Y los chavales que han muerto en El Líbano, allí, tan lejos, han muerto por la Patria?.

- Han muerto mientras trabajaban representando a nuestra colectividad y a nuestra forma de entender el mundo y la solución de los conflictos, entonces, en parte, han muerto representando a eso que llamamos Patria.

- Bien, Cabo, bien. Ahora yo le pregunto, una vez que me ha convencido, ¿no cree usted que cuando la Patria está en peligro, hay que actuar?.

- Para decidir si la Patria está o no está en peligro no estamos nosotros, Antúnez, para eso están los políticos que, malos o regulares, los ha elegido el pueblo, que es la verdadera Patria, y son los políticos los que deciden si hay peligro y si hay que actuar. No me seas “salvapatrias” y no hagas como otros, de triste memoria, y honra el uniforme que llevas puesto.

- A la orden, Cabo, a la orden. No era necesario que se me ponga así, que yo solo hice una pregunta.

- Hay cosas que es mejor no preguntarse.

- Efectivamente, Cabo, “Todo por la Patria”.

- Antúneeez…

- ¿No cree que este bochorno va a traer tormenta, Cabo?

1 comentario :

Elbereth y su silencio dijo...

¡Cómo les echaba de menos! Cada vez mejor, Don Filo, cada vez mejor.

¡Cómo pasa el tiempo, estaba intentando recordar la primera vez que le comenté!