No es  que no quiera
 cantar a la espuma,
 las  olas altivas,
 a las  mareas que abrigan
 y  desabrigan la arena.
 No es  que no quiera
 cantar al pétalo,
 al  tallo y la espina
 y al  canto de aroma
 de la  rosa ofreciéndose
 abierta.
 No es  que no quiera
 cantarle al halo de la luna
 que  envuelve las locuras
 del  hombre de acera.
 Es  que debo cantar al hombre.
 Y si  digo hombre,
 digo  también mujer.
 Debo  cantar al perdido
 en  laberintos de vértigo,
 el  que busca el sustrato blanco
 de  honesto abono
 para  enraizar urgente,
 seguro ante los vientos,
 podridos aires violentos
 cargados de la mezquindad
 que  se respira en cada acera.
 No es  que no quiera
 cantar las luces,
 es  que debo cantar las sombras
 que  manchan las pupilas
 con  alquitrán de falacia.
 No es  que no quiera
 cantar natividades,
 es  que debo cantar la sangre
 derramada por sorteo,
 por  azarosos versículos
 o por  códigos de mármol.
 Es  que hay días
 en  que canta el plomo,
 y las  olas arrastran
 muñecas rotas.
 No es  que no quiera
 cantar,
 es  que no debo
 llorar
 mas  nos sobran
 los  motivos.
 
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