RETORNADO DE TERMAS, DANZAS Y UN POCO DE MUERTE

La bañera blanca, ergonómica y llena de agua sulfurada a temperatura corporal. El amable empleado de blanco te invita a la inmersión una vez te desembarazas del blanco albornoz con membrete de la casa. Una vez dentro, el blanco empleado activa los chorros terapéuticos que masajean tu anatomía mientras flotas ausente del cuerpo que parece cocinarse a fuego lento. Al abrir los ojos ves la corriente que mana desde tu nuca hasta tus pies, recorriendo tu anatomía como un río recorre su lecho. Te sientes cauce, lecho, un dios del río como esos dioses orientales de religiones menos antropocéntricas que las denominadas "de libro" y más centradas en la naturaleza. Perdón, debería haber dicho antropo/ginecéntricas por aquello de las correcciones paritarias. Cuando más abandonado estás en el cauce tanto físico como mental aparece el celador implacable. Sales de la bañera y, sumiso, te pones cara a la pared, mirando los pequeños azulejos grisáceos mientras el operario, armado de agresiva manguera, recorre con un chorro a presión tu lomo y cuartos traseros. Te sientes guantanamero, indefenso ante las hídricas ráfagas del guardián y tienes el temor de que, en cualquier momento, entrará el encargado de fumigarte y despiojarte para llevarte a tu celda o a la sala de interrogatorios. Pero eso no ocurre, no se hagan ilusiones. Tras el chorro, el amable operario te envuelve en una toalla y te ayuda a ponerte el albornoz para, así, amortajado, acompañarte a una tumbona en la que reposar unos veinte minutos y transpirar impurezas mientras el Mp3 del que vas provisto te relaja aún más si cabe con músicas de Michael Atkinson, Rodrigo Leao o Ludovico Einaudi, o bien te sumerges en las páginas de un buen libro, por ejemplo "El palacio azul de los ingenieros belgas", del autor mierense Fulgencio Argüelles, totalmente recomendable. Transcurrido el reposo, a otra tarea pues, eso que ahora llaman "spa" tiene su método y su disciplina y la salud no sale barata. U optas por las inhalaciones, unas mascarillas de las que respiras las medicinales aguas atomizadas para purificar narices, garganta, tuberías y fuelles castigados por nicotinas y alquitranes, o bien, armado de coraje, te diriges a las "estufas". El nombre lo dice todo: "estufas", y si bien no son las de Pedro Botero, bien se les parecen. Trátase el tratamiento de unos habitáculos individuales, separados por mamparas, por aquello del pudor, en los que, una vez entras, te enfrentas a una tubería central de la que salen multitud de chorros de agua hirviendo, como si de una fuente ornamental se tratase pero cuya agua, que no llega a tocarte, con su temperatura, genera unos 46 grados ambientales más una humedad que te hace empaparte en la misma, sumada al propio sudor, nada más entrar. Los pulmones se expanden y respiras los vapores demoníacos llegando a preguntarte qué tipo de sádico pudo inventar aquello. En los compartimentos anexos hay de todo, desde el prejubilado haciendo estiramientos hasta el jubilado arrancándose por "asturianaes" o coplas de las de toda la vida, y es entonces cuando te invade el pánico. Cuando crees que te vas a rendir y abandonar, tras un toque discreto en la puerta, aparece el correspondiente auxiliar a avisarte de que debes salir. En ese momento serías capaz de besarlo, pero no proceden ciertas familiaridades. Te vuelven a amortajar y otra vez a reposar, ahora con mucha más necesidad pues estás cocido en tu punto. El resto de la jornada consiste en paseo, comida copiosa y monótona, piscina, cañitas y, tras la cena, baile. El baile es el fenómeno sociológico por excelencia pues en él se mezclan todas las edades, desde los niños revoltosos, pasando por adolescentes de hormonas desbocadas, mineros en activo, prejubilados, jubilados y casi jubilados de hasta la jubilación. Si bien la media de edad suele ser alta, el júbilo del jubilado no tiene límites y las coreografías dirigidas por las animadoras son seguidas por los más pequeños y los más añejos. Éstos olvidan sus tribulaciones articulares y reumáticas pareciendo dar testimonio de lo milagroso de las aguas y parafangos que se les administran. Allí se derrochan pasodobles, corridos, valses, tangos, cumbias y, lo más concurrido y arriesgado, esas aberraciones musicales de Coyote Dax, "Una Paloma Blanca", "Gavilán Paloma", y, como no, "Los pajaritos". Cada una de estas piezas dotada con su respectiva y absurda coreografía en la que el personal pierde cualquier sentido del ridículo que pueda quedarle. En esas estábamos el pasado sábado, yo, con mi videocámara realizando el preceptivo documental de las vacaciones, protagonizado en su mayoría por las evoluciones de mi retoño, mientras el resto de la concurrencia se daba al despendole en aquel salón castigado por el bochorno que provocaban varias tormentas simultáneas que derramaron cierta cantidad de granizo. Me surtí, como no podía ser menos, de un vaso de sidra lleno de un combinado de destilado de malta y cola y observaba el sarao desde la puerta cuando sonaban los puñeteros "pajaritos". Entre los danzantes, henchida de vocación y alegría de tercera edad, una señora de blusa negra y larga falda estampada. Al acabar la horrible canción, dicha mujer se precipitó hacia la puerta como buscando aire, sentándose en una silla próxima. Nada extraño pues el calor y la humedad eran insoportables aún sin haber hecho las acrobacias preceptivas para la canción de las endemoniadas aves. No contenta decidió salir fuera, sofocada, y se sentó en una silla de la terraza, abanicándose con la mano. No le dí importancia pues era normal un sofoco tras los excesos coreográficos y dada la temperatura ambiente, así que seguí con mi rodaje y mi abrevadero. Pasados unos minutos me volví por curiosidad y no me gustó nada lo que vi. La señora se había recostado en la silla y tenía apoyada en la mesa una de sus piernas en una postura poco decorosa que me alarmó. Avisé a un amigo y decidimos trasladarla al consultorio médico. La mujer no respondía y su cuerpo pesaba demasiado hasta para dos cuarentones como nosotros. Decidimos actuar pues la actitud de la anciana no presagiaba nada bueno así que mi amigo se encargó del masaje cardiaco y yo me apliqué con el boca a boca. Sus ojos me miraban, me miraban como diciéndome algo que yo no entendía y seguí insuflando, sofocado, el aire de mis pulmones cuyo aroma, dada la pequeña ingesta de alcohol, no debía ser una maravilla. Como era de esperar se fue arremolinando la gente a nuestro alrededor mientras continuábamos con las torpes maniobras hasta que llegó la médico que la intubó y le aplicó la máquina de resucitación dándole una descarga. La mujer me miraba mientras la doctora empujaba el esternón y yo seguía soplando pero ahora a través de un tubo. La mujer me miraba y la máquina solo monitorizaba los bombeos que provocaba la doctora. La mujer me miraba pero, llegado el momento, entendí, tanto un servidor como la facultativa, que su mirada no pedía nada pues se había ido, indefectíblemente acompañada por la sintonía de María Jesús y su acordeón, que era lo que a ella le gustaba. Aquella mujer murió entre mis brazos. También sé que ha muerto un futbolista, y una gran actriz, y un futbolista, y un excelente escritor y columnista, y un futbolista, y que arde Grecia y ha muerto un futbolista, y aquella señora murió mirándome, o quizá ya había muerto antes de verme, y con 72 años, bailando los pajaritos, finalizó su existencia. Y ha muerto un futbolista, por si no se habían enterado. Y la doctora me dijo, una vez acabó todo, "van tres este año en el baile". Tres personas murieron bailando en aquel balneario. Por los excesos, por las alegrías y el paroxismo de la danza ritual, por la enfermedad o porque tenían que morir y, por qué no, aquél no es mal sitio para morir, qué cojones. ¿Alguien tuvo unas vacaciones más completas?

4 comentarios :

Moriah dijo...

¡Me alegro de tu vuelta! ¡Te he echado mucho de menos! Y la verdad es que me he quedado un poco triste, o mucho, con lo que has contado. ¡Qué poco somos! ¿Verdad?

¡Bienvenido! Un abrazo fuerte.

AF dijo...

¿De verdad pasó eso, o es un recurso literario? Como se dice ahora: ¡qué fuerte!

De todas formas, si es verídico, le diré que es de lamentar la muerte de esa mujer, pero podía usted tener un poco más de sensibilidad y recordar que también acaba de morir un futbolista.

Un saludo y bienvenido.

Juan Luis Nepomuceno González dijo...

Gracias Doña Elbereth por su bienvenida.
Don Antonio, uno es retorcido por naturaleza pero debo reconocer que no es recurso literario lo que ocurrió, que uno, aunque maligno por antonomasia, no se enfangaría en inventar sucesos tan poco agradables. La pobre señora, aún con privilegio del contacto de mis sensuales labios, murió, y, a pesar de todo, me dolió verla morir, aunque no fuera futbolista. Me queda el consuelo de saber que sus últimos recuerdos fueron excesos danzísticos.

Un Oyente de Federico dijo...

Muy buen relato.

Y buena forma de morirse, la que eligió la buena señora. Termino su vida después de una danza popular. Yo firmaría esa muerte para mi, si me dejaran elegir la danza. Preferiría danzar un “pogo” entre mis amigos, con el tema de Dead Kenndys “Holiday in Cambodia”.

No se decirle el porque pero su relato me ha traido a la memoria el argumento de “Muerte en Venecia”. Quizás Ud fuera el “Tazio” que ella contemplaba al morir.

Y tengo curiosidad por saber como contó a su hija lo sucedido.

Tampoco ha estado mal la muerte de Francisco Umbral, puso punto final a su vida con una palabra: “punto”.
No nos aclaró si “punto final” o “punto y seguido”.
Eso nos lo dejó Umbral para que cada uno nos lo cuestionemos.
El decía que era de izquierdas y eso “es preguntarse por la vida, por el ser y por las cosas”. Tener certezas es cosa de derechas, según el.
Soy de los que empiezan los periódicos por la última página y en la última página del que yo leo, estaba su columna. Disfrutaba con ella