Don Pere es así, no lo puede remediar el pobre. El carné de racionamiento, radares hasta en colonoscopia, helicópteros que te cuentan hasta las liendres, el autocar como única alternativa en las salidas festivas, el Código Penal pendiendo de la cabeza del incauto conductor, y ahora resulta que los moteros nos matamos en las carreteras por vivir en un país de ricos. Don Pere está obsesionado con nuestra seguridad y para ello, créanme, no dudará en subir el Euribor para hacernos más pobres y que no nos matemos en motos de alta cilindrada. Luego vendrán las muertes en tractor o motocarro, pero para eso yá se le ocurrirá algo.
Es cierto que las motos se salen de las carreteras. Los coches también pero si se reduce al cincuenta por ciento el número de puntos de apoyo las posibilidades aumentan. Claro está que nada tiene que ver en la siniestralidad motera las deslizantes pinturas señalizadoras, los asfaltos pulidos y los maravillosos guardaraíles, especialistas en convertir un inocente deslizamiento en una sanitaria amputación de miembros o explosión de vísceras.
Tengo moto de gran cilindrada desde el 92, fecha desde la que soy tan adinerado que pagué la montura a base de letras dependiendo de la nómina de mi Santa y de un servidor. Si la suma de ambas diera el cincuenta por ciento de una mensualidad de Don Pere, es posible que tuviera más de una potente máquina de matar. Vicio, que se llama.
Don Pere, es usted la pera. Me escondo para fumar, me modero en el alcohol, sufro enórmemente sujetando mi tobillo derecho para que no se deslice y no supere en diez kilómetros por hora la velocidad estipulada, por mí seguridad, y ahora resulta que tendré que empobrecerme aún más si cabe para no matarme en la carretera con el burgués y alienante vicio de las dos ruedas.
Sépa usted, Don Pere, que cuantas más motos menos atascos en sus operaciones salida y retorno y en nuestras saturadas ciudades, lo cual algún ayuntamiento apreció en lo que valía. Don Pere, siga usted cuidando de nosotros, encarcélenos, sancionenos, pero no nos lleve a la indigencia, que tenemos churumbeles, alma de cántaro.
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