Según me contó mi  amigo Josín, Obdulia, era una paisana regordeta y bajita. José, el marido, era  alto y delgado, siempre muy serio y de pocas palabras.
 Cierta mañana se  encontraban ambos apoyados en el batiente inferior de la puerta de cuarterón,  mirando hacia la calle, en silencio.
 Silencio que sólo  ella podía romper:
 - José, ¿en qué  piensas?
 Él,  impasible:
 - En lo mismo que  tú.
 - ¡Vaya gochu que  yes!
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