BELLOTERO EN ASTURIAS III

NOCHEBUENA GIJONESA Y EL MISTERIO DE LA MERLUZA.-

Con motivo de unas fiestas navideñas, nos trasladamos un año desde la Capital del Reino, como otras veces antes de nuestro definitivo asentamiento en el Principado, a Gijón, donde tiene la sede el domicilio de mi estimada familia política.

Como suele ocurrir en todos los rincones de nuestra geografía, estos festejos van acompañados; más que de liturgias religiosas, de suculentos homenajes gastronómicos, desorbitadas compras y menoscabo de los bolsillos.

Para tal evento, mi santa suegra fue a hacer las preceptivas visitas a los establecimientos del ramo alimenticio, diligentemente armada con el carrito en una mano y listo el monedero en la otra.

Normalmente en estas ocasiones no hay lugar para la improvisación y los menús suelen repetirse tradicionalmente: Mariscos y otros entrantes variados, sopa de marisco, merluza a la cazuela, cordero al horno, etc.. Por lo menos en casa de mi suegra es así, y si es así todos los años, por algo será.

Pues bien, hete ahí que el día antes de nochebuena, que por cierto creo que coincidió con domingo, teníamos otra cena familiar, pero esta vez en una sidrería, a fin de no sobresaturar la factoría doméstica. Todo esto significaba apresurar los preparativos para la noche de la Misa del Gallo.

En ello estaba la madre de mi cónyuge cuando comenzó a invadirla cierto nerviosismo, cuyo motivo nos fue trasladando uno a uno durante la jornada al resto de la casa, a excepción de a su marido, mi suegro.

El caso es que el día anterior había comprado, con toda seguridad, una hermosa merluza del cantábrico, para dar buena cuenta de ella tras la sopa de marisco, como todos los años. Pero, el susodicho pescado no se hallaba donde debía, ni en el resto de la casa, por lo que cabían pocas posibilidades:

  1. La había olvidado en la pescadería.
  2. Se la habían "guindado" del carro.
  3. La había extraviado en el trayecto.
  4. Había vuelto sola al mar de sus amores, lo cual era poco probable dado que, aunque muy fresca, era cadáver cuando la encargó.

Había que ponerse manos a la obra e iniciar las gestiones oportunas tendentes al total esclarecimiento de los hechos.

Todas las diligencias que se practicaron resultaron infructuosas por completo y no quedaba más remedio que saltarse en la cena el trámite de la merluza.

Esto no suponía un drama en sí mismo puesto que, como todo el mundo sabe, de la cena de nochebuena vas repitiendo “recuerdos”, de forma más o menos disimulada, durante al menos una semana, pues siempre sobra para eso y para más.

Pero, qué diría mi suegro, el único no conocedor de la misteriosa desaparición, cuando, llegado el momento del segundo plato, no apareciera por la mesa la carne blanca en salsa verde del noble pescado…

Pues bien, llegado el momento de la cena informal de víspera del evento, disfrutamos de la misma con ardua dedicación por muy extraoficial que fuere.

Hubo copiosidad en viandas, generosidad en caldos y abundancia en licores de sobremesa, lo cual pudo influir en la inspiración que le sobrevino al padre de mi consorte en el trayecto a pie hasta el hogar. Se arrancó a entonar canciones de esas que, según sus palabras, “huelen a cucho”. “Cucho”, para el que no lo sepa, es un preciado abono natural de orígen bovino, cuyo olor impregna los pueblos ganaderos de vacuno, por lo que el término se aplica a todo aquello de honda raigambre folklórica y tradicional.

A la mañana siguiente no se le oía un murmullo. Los cánticos, y sobre todo los “jarabes” previos, habían hecho mella en él y sólo alcanzaba a esbozar media sonrisa entre resoplidos que lo decían todo sobre su estado.

Mientras se servía la cena, su grave gesto denotaba que no andaba muy sobrado de apetito, así que, mi Suegra, aprovechando la debilidad del contrincante, resolvió contarle el misterio de la merluza:

- “Marido, ¿Sabes que compré una merluza y no sé donde la dejé, pero a casa no llegó?.

Entonces mi suegro giró la cabeza lentamente hacia donde se encontraba su esposa, enarcó una ceja al estilo de su idolatrado John Wayne y contestó con lo que le quedaba de voz:

- “Desde luego tú…. Mira que dejar la merluza por ahí… Yo, cuando agarro una “merluza”, siempre la traigo “pa” casa”.

Genio y Figura.

¡Ah!, la merluza original apareció. Estaba en la pescadería donde la olvidó mi suegra, o bien de donde el pescado no quiso salir, seguramente sospechando que le restaría protagonismo otra “merluza” más “de interior”.

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