LA TABERNA DE LA TROLA VIII

DEL NOMBRE DEL BAR Y LA COLONIZACIÓN CULTURAL.-

Tengo la completa seguridad de que la empresa hostelera a la que me refiero no tiene entre sus proyectos abonar pago alguno por la promoción que este cronista hace del negocio. Muchas risas pero el cajón de la registradora se abre bastante mal, sobre todo a la hora de extraer, no de depositar. Resignado me hallo.

Vamos a lo que nos ocupa: El nombre del bar es un nombre extraño donde los haya, con un sonido tosco y cortante, cuyo significado intrigaría al más pintado: “BOJAYO”. Tiene “bemoles” la cosa.

Pudiera tratarse de una de esas denominaciones consistentes en unir las primeras sílabas de los nombres de pila de los socios o miembros del negocio familiar. Es una opción bastante socorrida aunque a veces los resultados puedan resultar desoladores.

“BOJAYO”: “Borja, Javier y Yolanda”.

“BOJAYO”: “Bocadillos de Jamón York”.- Aunque dispongan de ellos, no es una especialidad de la casa que merezca llamar así al negocio.

Desvelemos el misterio:

Ambos fundadores del negocio, compartieron con anterioridad a su instalación en Mieres, otro bar en la Capital del Principado, Oviedo.

Dicho local se llamaba “El Bohío”:

bohío.
(Voz de las Antillas).
1. m. Cabaña de América, hecha de madera y ramas, cañas o pajas y sin más respiradero que la puerta.
REAL ACADEMIA DE LA LENGUA

Este curioso nombre se pronuncia como se lee en castellano, salvo que se sea de la zona sur de España donde se suele aspirar la “hache” central.

Pero la cultura anglosajona está muy arraigada y la mayoría de clientela (selecta por supuesto) comenzó a pronunciar el nombre del bar en algo aproximado al inglés.

Ohío (Estado norteamericano), se pronuncia aproximadamente “ohaio” u “ojaio” en la lengua de Mark Twain, o finalmente “ojayo”.

Por asimilación pura y dura y regla de tres simple:

· “Ohío” es a “ojayo”.

· Lo que “Bohío” es a “Bojayo”.

Y es que, aquí, las películas de John Ford siempre triunfaron y si el “Duke” pronunciaba así, así deberá de ser.

Así que, por aquello de que el cliente siempre tiene la razón, y en un alarde de ejercicio democrático, cuando trasladaron el negocio de ciudad, lo bautizaron con la transcripción fonética de la “burrada” que pronunciaba la concurrencia. La mayoría muchas veces se equivoca aunque haya que darle la razón.

Así, por lo menos, se escribe y se lee en español, como debió ser desde un principio.

En consecuencia, la “Taberna de la Trola”, no podía ser menos, tiene un nombre “inexistente” o, si se quiere, un neologismo únicamente aplicable al garito en cuestión.

¿Quedarán vacantes en la Academia de la Lengua?.

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