Día de difuntos, o de todos los Santos.- Después de muerto todo el mundo fue bueno.
Se peregrina a los cementerios con flores frescas, para sustituir los tristes restos del año pasado.
Relucir de las lápidas tras el arrastre del polvo acumulado por el olvido.
Oraciones y alguna lágrima de nostalgia por el que falta.
Romería del luto.
Volvió el Tenorio a pagar sus culpas por mancillar doncellas con tanta soltura.
Soberbia del hombre.
Aquel primate que un día enderezó la espalda, formó sociedad, y para controlarla, a parte de la fuerza, utilizó el miedo a la muerte, natural fin de la existencia de todo ser vivo, para ofrecerle un “más allá” edénico, siempre que en “esta vida” mantuviera su sumisión a las normas del poder establecido.
Lo que no diste en vida del muerto, lo das ahora pagando Misas para que el finado goze de un mejor puesto en
Por eso me pido incineración. Para llevar el trabajo hecho.
Y para, si alguien quiere recordarme, lo haga en su casa tranquilamente sin verse obligado a peregrinar a un insano cubículo donde se deshacen mis restos orgánicos.
Las cenizas que queden, que las dispersen (sin contaminar nada claro), donde quieran. En serio que me va a importar un bledo. Que nadie quiera quedarse la urna. ¿Dónde la pondrían?. ¿Encima del televisor sobre, ¡horror!, un tapete de ganchillo?. O, con la última moda, acuñar una piedra preciosa con no se qué innovador proceso químico o físico, para hacer una linda sortija o gargantilla:
-“Era una joya… y lo sigue siendo” .
Anda que cargar con el muerto después de haberlo aguantado en vida.
-“¡Ooooh!, que sortija tan espectacular, ¿Es de Channel o de Tifanny’s?.”
-“No, es mi difunto esposo. Me salió por “un pico” en el departamento de Joyería del Tanatorio. Pero mereció la pena”.
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