Ramírez entraba por la puerta, ligeramente cabizbajo, cuando se cruzó con la mirada abierta, conocida de remotos tiempos, del Guardia Antúnez.
- Veinticuatro años, Cabo, veinticuatro. ¿Se acuerda?.
- Sí me acuerdo, compañero, me acuerdo. Pon la bandera a media asta y a trabajar.
- A la orden.
Siguieron camino pero ambos lloraban, Antúnez hacia la bandera, el Cabo hacia el despacho. Lágrimas conocidas que, aunque sabidas, había que ocultar por honor.
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