No seré yo quien  defienda el maltrato físico como método pedagógico, pero penar a un padre o una  madre por un pequeño cachete corrector, siempre como último recurso, me parece  excesivo en este afán desmedido por la corrección política como fundamento y  dogma. 
 ¿Se acompañará la  medida con gabinetes psico-pedagógicos adecuados para el apoyo de padres y  madres desbordados por los pequeños tiranos?. Lo dudo. 
 Por mi profesión  asisto desolado a casos de padres desesperados cuyos retoños campan por sus  respetos ante la impotencia e incluso el pánico de sus progenitores. Éstas  situaciones se prolongan no solo hasta el fin de la adolescencia sino que se  perpetúan dada la dependencia de los hijos hasta edades maduras.  
 Es triste ver a un  padre de cincuenta y tantos pidiendo socorro y consejo, desesperado por la  actitud chulesca del hijo de veintidós que domina la situación desde un  principio. Igualmente hay profesores que sufren un verdadero calvario en su  quehacer diario dadas las joyitas que tienen como alumnado y los pocos recursos  con los que cuentan para intentar atajar la situación.
 Por este tipo de  cosas, unidas a los riesgos de internet, las bandas juveniles, el acoso escolar  y el consumo y pequeño tráfico de estupefacientes, es cada vez más intensa la  relación entre docentes y policías.
 No se trata de una  ocupación policial de la educación sino de buscar los canales de información,  prevención, detección y búsqueda de posibles soluciones a los problemas que van  surgiendo, en una labor más formativa e informativa que policial propìamente  dicha.
 Y ya que estamos  hablando de Policía y de cachetes, no me queda más remedio que resaltar la  última investigación en que se encuentran incursos los agentes de la Comisaría  Mierense.
 Una ciudadana  honorable, propietaria de una preciosa perrita Yorkshire Terrier, sí esos  pequeñajos que gozan de tan mal genio por mucho lacitos que les pongas, llevó a  su mascota a una peluquería canina a fin de acicalarla  convenientemente.
 Algo ocurrió en  aquella sala pues la señora manifestó ver al peluquero asestándole un golpe a  puño cerrado a la postinera mascota, tras el cual parece ser que manifestó ¿ves  como se tranquilizó?.
 Posteriormente  fueron apareciendo, en un ojito del animal, las evidencias de una  lesión.
 La mujer,  indignada, no se contentó con que la viera un veterinario local sino que se  dirigió a una capital vecina donde tiene su consulta el facultativo de cabecera  de su perrita, emitiendo un parte o informe "forense" sobre las lesiones y  posibles secuelas que podría haber provocado el esteticista con su acción tan  poco profesional.
 Ahora, los  investigadores se centran en aclarar si el golpe fue alevoso o en legítima  defensa, tal y como parece alega el fígaro canino.
 Y continuando con  cachetes y otros golpes, para hostión el del canon digital que, para alegría de  autores y editores, acabó triunfando en perjuicio del consumidor que, como  siempre, es el que paga los platos rotos.
 Si esta es la  forma que tiene la industria audiovisual de adaptarse a los nuevos tiempos y a  los avances tecnológicos estamos apañados. 
 A partir de ahora  por qué no poner un canon al vehículo por los posibles atropellos que pudiera  usted cometer, para repartir los beneficios entre las posibles víctimas, o sea,  todos los peatones.
 Y no digo yo que  el autor no tenga derecho a sus "derechos" y que trabaje gratis, pero por qué  tengo yo que pagar por una descarga o una copia no por hacerla, sino por poder  hacerla. Los avances tecnológicos siempre han causado ventajas e inconvenientes  y, lo mismo que otras industrias tuvieron que reconvertir su actividad o su  forma de gestionarla, tendrá la industria audiovisual que hacer lo mismo.  
 Digo yo, que no  soy nadie.
 
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