Es verano en Mieres. Supongo que en más sitios también pero a mí me gusta hablar de lo que conozco. Es verano, un verano tardío, poco madrugador y que se ha hecho de rogar agazapado tras los nublados, el “orbayu” y las brumas matinales. Se aprecia el descenso de población y las mañanas, sobre todo las de los fines de semana, están repletas de maleteros atiborrándose de sombrillas, neveras y fiambreras, avituallamiento indispensable para la expedición playera. Hace calor. No los 390 de, por ejemplo, mi añorada tierra de encinas, pero hace calor. Aquí el calor se adhiere al cuerpo y a la camisa, la cual, tras una jornada, debes despegarte con espátula sobre todo en la zona de las axilas. La orografía de la ciudad, incrustada en un valle como una cuña, supongo que influye bastante en el microclima mierense y una vez que sales de la hondonada puede hasta refrescar. Hoy, domingo, por lo menos aquí es domingo y no me consta que en la reforma del Estatuto eso vaya a variar, a esta hora se está instalando el mercado dominical del que les he hablado en otras ocasiones. Habrá, como es de suponer, menos afluencia pero, sin duda alguna, se podrá asistir al espectáculo del paseo entre puestos cuyos propietarios cantan las excelencias de las últimas bragas de encaje, generosidad en los “gotelés” faciales e intercambios de saludo más o menos forzado. El que no esté en Torrevieja cumplirá el ritual pues la sociedad es la sociedad y si no se te ve no existes. Y esta ha sido, hermanos, la pobre homilía de hoy. Podéis ir en Paz.
Actualización.- Las fuerzas del caótico cosmos se han aliado para castigar mi soberbia y a partir de las 14:00 horas no ha dejado de llover. Gajes del Paraíso Natural.
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