Bonita pareja. Aguirre y Losantos, Losantos y Aguirre.
Se aman, al menos políticamente, y se defienden mutuamente.
Aguirre no dudó en interceder por Fede ante el Monarca y Fede no hace más que dar caña, en su depurado estilo barriobajero y ofensivo, al ambicioso alcalde popular.
Gallardón, el desubicado, está tocado del ala.
El tiempo pasa y no ve salida para "lo suyo". Harto de parquímetros y soterramientos de circunvalaciones, dice que tras el 9 de marzo, y como quiera que no le quieren, arrase o no en las urnas, que se va, que Espe, Zaplana, Acebes y Losantos se coman la tostada, junto al alto electricista de reciente fichaje.
Él se va y deja Madrid bajo la Botella, que no el "botellón", como alcaldesa en funciones, asesorada convenientemente por su cónyuge, el conferenciante multilingüe.
Mucho pesan las altas audiencias del "singingmorning" entre la derecha y el alcalde, el que tuvo la osadía de llevarse bien con Polanco y codearse con gentes de la progresía como Sabina, estaba últimamente demasiado salpicado de los esputos matinales sobre la alcachofa del micrófono episcopal.
Gallardón mira desde su ventana a la Cibeles y pregunta, cual si la diosa fuera oráculo, qué hizo él, tan servicial y dispuesto, para merecer tanto desprecio. Definitivamente depurado, qué opción tomará. Zapaterizarse, a lo Vestringe, no parece viable. Quizá la Rosa huída del socialismo vasco, aúnque espinosa, sea una posibilidad, pero no. Él que lo tuvo todo, cosechador de votos donde los haya, no puede seguir siendo segundón.
Mira a la Cibeles y pregunta. Hasta la Cibeles le da la espalda, pues no le perdona que sea del Atleti.
Alberto, hay que dejarlo, no se puede estar toda la vida llamando a las puertas del Cielo para no recibir más que portazos y calderos de aguas menores, y mayores.
El maoísta reciclado y la aristócrata están crecidos. Han ganado y demostrado sus fuerzas. Mariano puede tomar nota, cualquier día le abren las puertas de su registro de la propiedad.
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