Mirada perdida tras desnudarse de las llamas.
Saludado de muerte camina, acogido de ambulancia, sabiéndose candidato casi electo de cadáver.
Desprotegido protector, nombre de arcángel, siempre objetivo y por poco objeto, o sujeto de contienda o cifra de suma larga, balance negro de falso conflicto. Serenidad de miedo viejo, calma de víctima sorteada, pudo ser pero esta vez no, libró del vacío del fuego y asiste atónito a vanas palabras de condena que obvian su ser, el dolor de piel quemada, su pánico de parapeto de los odios en tierra de horrores y mezquindades.
Gabriel Giner es pieza en la balanza de los ilegalizados y los ilegalizables. Éstos, como mucho, son carne de entre rejas.
Gabriel y muchos más son carne de fuego, ataúd o cuando menos escalofrío de miedo libre del que carece de libertad.
Gabriel camina, con huellas de llama mientras las corbatas tozudas hablan de derechos antiguos y consultas incontestables para quien no puede alzar la voz sin un Gabriel detrás.
Gabriel se cura en una tierra enferma. Gabriel es persona pero es tratado como simple síntoma de un mal endémico. Una cicatriz más en la cuarteada piel de una tierra seca de razón.
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