Ayer fui de "fúnebre", como dicen por aquí. Ayer enterré, y nunca mejor dicho pues hice de porteador, a Marina. Noventa y un años de mujer pizpireta, simpática y seguramente puñetera también, pero, como ya sabrán ustedes, ésto último es lo que menos importa a la hora de la despedida. Hubo ceremonia eclesiástica de esas que te reafirman en tu ateísmo, por la desgana del cura y por el sopor que provocaba el cantor que parecía "Cañita Brava" en sus momentos menos apoteósicos. Y sentí la muerte de esa mujer, mujer que, a parte de ser lejana familia política, que es un término que nunca entendí ya que de política nunca hablamos, lo sentí por sus allegados y porque siempre se siente el final de algo que conoces pues es parte de la vida de uno. Y encima yo colaboré, con mi ajada musculatura, a introducir su leve cuerpo cansado en el adosado adscrito al efecto.
Hoy, además, ha muerto Fernando. Genio donde los haya de la literatura, la escena, el cine y todo lo que se le pusiera por delante.
Por muy antipático que fuera siempre tuve un vínculo con él. No se casaba con nadie y, tal vez por eso, mi Santa, que siempre tiene razón, como todas, me dijo que era igual que él, por el carácter, por lo cascarrabias, no por la genialidad, claro, y que de mayor no habría Dios que me soportara.
Hoy estoy triste, por Marina, por Fernando, por lo que llegaré a ser y por otras cosas que yá les contaré en su día.
De Marina no tengo video, de Fernando sí.
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