¿ALGUIEN HA VISTO UN ROSTRO?

Aquella mañana, cuando sonó la alarma del móvil, que ahora los móviles sirven para todo, con aquel "sonitono" del gallo de corral, tan adecuado para vivir en una aldea asturiana, las ganas de levantarme eran las mismas que otros días, escasas.
Incorporé mi osamenta asistido por la oxidada grúa de la responsabilidad rutinaria del proletario y me puse mi mediocre, aunque térmica, bata de hombre mediocre. No, esta vez tampoco me confundí y no acabé travestido de esposa matinal. El bostezo reconfortante me dio los buenos días efusivamente dejándome un pitido de interferencia en mis oídos. Bajé las escarpadas escaleras hacia el aseo con rebote de articulaciones a cada escalón. El inodoro recibió resignado el tibio y tóxico riego de primera hora y me enfrenté decidido a los grifos del lavabo. Mezclé, aún casi a ciegas, ambas temperaturas pues no estaba el clima como para enfrentar la piel a la gélida y paralizante agua que salía de la llave azul. Tras aliviar de su pegajosa carga a ambos párpados, mientras alcanzaba la toalla, al encarar el espejo me di cuenta. No tenía rostro.
Seguro que, como otras veces, lo había dejado, bien doblado por lo general, en la silla que hacía las veces de "galán de noche", sobre el tejano y el polo. Subí a la habitación y busqué a tientas entre las prendas y nada. Habría caído debajo de la cama. Cuando despertara el resto del clan lo buscaría mas exhaustivamente.
Tomé el café, y consulté la prensa digital y los blogs habituales.
Despertó mi cónyuge y me saludó con un gesto de cabeza, poniendo de manifiesto que esa mañana tampoco era de las mejores para ella, mientras se dirigía en actitud sonámbula al baño.
Entré en la habitación, encendí la luz de la mesilla para no desvelar a la pequeña y comencé la búsqueda del contenedor de mis gestos. Nada, no aparecía. Llegué a casi desesperarme pero opté por resignarme. Podía haberlo dejado sobre el escritorio del trabajo. Es cierto que, aunque no lo parezca, uno se deja la cara más de una vez trabajando.
-¿Te pasa algo?
Dijo mi mujer cuando subió.
- A mi no, ¿por qué?.
- No sé, tienes mala cara. Te veo raro.
Mala cara, dice. Qué cojones, lo que no tengo es cara. Pero bueno, para qué alarmarla, o llevarle la contraria, que es peor.
- Me duele un poco la cabeza, el catarro que no acaba de irse.
- Toma un "Frenadol".
- Vaaale.
Al llegar a la oficina saludé. Nunca soy muy simpático por las mañanas, bueno, no suelo ser lo que se dice simpático nunca, pero siempre saludo. Lo cortés no quita lo valiente. La buena educación y un cierto nivel de urbanidad, en los tiempos que corren, sirven de terapia por muy cascarrabias que uno sea. Los compañeros respondieron al saludo pero, casi todos, soltaron alguna coletilla como "vaya cara que traemos hoy", "¿hubo juerga anoche?", "el que se va de romería..." y otras gilipolleces por el estilo. Solo bastó mover la cabeza, apuntando con mi ausencia de rostro, uno a uno, para que se hiciera el silencio tras algún que otro carraspeo significativo. El horno no estaba para bollos, parecieron entender
"Vaya cara que traemos hoy", cuando no llevaba ninguna. Era la inexpresión absoluta y nadie notaba nada. Quizá la inexpresión era mi mueca habitual.
A media mañana opté por acudir al médico. Si mi faz no aparecía tendría que hacer algo, digo yo. No podía quedarme tan campante y seguir "descarado" lo que me quedara de vida.
- Yo no te encuentro nada, todo normal, seguramente es "stress".
Ya estamos con el puñetero "stress". Qué socorrido y recurrente término y diagnóstico.
La idea de un posible transplante de cara, que tan de moda está ahora, no me seducía en absoluto. Llevar como máscara la cara de un finado me parecía que supondría, cada vez que hiciera un gesto, un flash back a la vida del donante. Cuando me picara la nariz y me rascara siempre me preguntaría a quién le pica en realidad, a mí o al muerto, a quién estaba rascando. Me daba escalofríos.
Cuando regresé a casa estaba abatido, aunque mirándome no se me notara un ápice. Mirándome no se me notaba nada. Qué gran jugador de póker de haber tenido otro vicio más.
Entonces apareció ella, mi pequeña luz, y, como era de esperar, pronunció, de forma impecable para su corta edad, la frase de bienvenida que más utiliza:
- Me he portado bien, ¿me has traído una sorpresa?.
La ligera sonrisa empapada de ternura infinita que afloró en mi rostro era inevitable.
¿Mi rostro?. Sí, tenía la cara puesta, la había recuperado y no sabía como. Pero si estuve todo el día vagando sin faz, impenetrable, hierático, vacío sin reflejo.
Quizá, simplemente, caprichos de la naturaleza humana, "como el árbol talado que es retoño" me rebrotó de nuevo, verde y tierno del calloso nudo, abonado por el mejor fertilizante que nadie nunca pudiera tener.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Tu pequeña Luz era el espejo dónde te tenías que mirar.

Juan Luis Nepomuceno González dijo...

Has dado en el clavo. Gracias por honrar esta humilde casa con tu visita.