Quince días sin empleada en la cocina han hecho mella en la Taberna. Una baja por accidente ha provocado grandes cambios en el microuniverso tabernario.
Julio, acostumbrado a comenzar la jornada a las 13:00 debe "fichar" a las 08:00 y, hay que reconocerlo, la "sesión matinal" no es su especialidad.
Dejando a un lado la falta de sueño, el desplazar su cansada humanidad maniobrando entre las mesas, atestadas de personal mayoritariamente femenino que acostumbraba a recibir su desayuno con la composición habitual sin tener que pedir nada, dada la capacidad del "disco duro" de Isabel, es una más que arriesgada tarea.
A Julio esas batallas no le agradan prefiriendo mil veces bregar con cansinos nocturnos y troleros compulsivos.
Por otra parte está en pleno proceso de desitoxicación nicotínica, y el nivel de "stress" laboral unido al síndrome de abstinencia puede producir efectos secundarios insospechados.
La "climatología" interior ha sufrido cambios y las "nevadas" nocturnas son más infrecuentes y, cuando las hay, son de menor intensidad y duración.
Manolín ni asoma el hocico a partir de las 00:00 pues sabe que el mocho de la fregona puede acabar en sus narices si insiste en acceder al local. Se resigna a aparecer a las 06:00 cuando viene de vuelta de una de sus "mentoladas" noches.
En los últimos días, Julio, a parte del habitual "no habrá más chigres en Mieres", cogió una perorata que repetía una y otra vez: "Vendo o alquilo". En la siguiente jornada la frase fue sustituida por "Lo regalo". Y la que más se repite ahora es "me cuelgo". De momento nadie da crédito a esta afirmación y se espera la inminente recuperación de la empleada para que las aguas vuelvan a su cauce.
A propósito de ésto de ahorcarse, Julio me contó una anécdota de un suicida frustrado de las inmediaciones. Este señor, decidido a finiquitar su existencia sirviéndose de soga y árbol, completó todo el ritual necesario, pero un error de cálculo, referido a la resistencia de la rama que haría de sostén del "colgajo", llevó al traste el plan preconcebido y cambió el guión de la historia. La rama, como habrán supuesto, sin pasar los preceptivos controles de calidad, cedió al peso del chapucero suicida y éste cayó, rodando monte abajo hasta insertarse en una compacta y frondosa maraña de ortigas. Éstas, por supuesto, como autodefensa, se emplearon a fondo en su labor urticante contra el cuerpo del pecador. Al día siguiente, según el narrador, el suicida no muerto no hacía más que repetir: "Pues no que quise colgarme y al final casi me mato".
2 comentarios :
Quien dice Isabel, dice muchos otros nombres, cuan necesarias son ciertas personas que hasta que faltan, uno no se da ni cuenta de lo importantes y trascendentales que son, ya sea en una taberna como en cualquier otro trabajo.
El arte socarrón está perdiendo ritmo, ya no pasa nada en la taberna, ya los lobos son todos corderas, o es que se ha convertido en un remanso lo que antes eran aguas revoltosas y chispeantes, en fin se hecha de menos
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